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¿Va bien la Agenda 2030 bajo el nuevo mandato de Trump?

Las políticas de Donald Trump y su impacto en el medio ambiente marcan un nuevo horizonte para el cumplimiento de los ODS globales.

  • La nueva era de Donald Trump representa uno de los momentos de mayores dudas en términos de compromiso ambiental global. FOTO GETTY
    La nueva era de Donald Trump representa uno de los momentos de mayores dudas en términos de compromiso ambiental global. FOTO GETTY
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    La nueva era de Donald Trump representa uno de los momentos de mayores dudas en términos de compromiso ambiental global. FOTO GETTY
¿Va bien la Agenda 2030 bajo el nuevo mandato de Trump?

Por Daniela Montes Suárez

Desde el impacto global de la pandemia de Covid-19, se ha presentado una tendencia a favor del medio ambiente, siendo las empresas protagonistas con modelos de negocio que contribuyen a su protección y mantenimiento, mientras que en paralelo alcanzan un mejoramiento en la eficiencia operativa y expanden la capacidad de innovación. Aunque el mundo ha sido testigo de cómo los gobiernos de la mano del sector empresarial han mostrado un alto interés en profundizar en avances y logros sostenibles, el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) sigue siendo una de las tareas permanentes en pro de un mundo mejor.

La hoja de ruta para abordar los desafíos ambientales, sociales y económicos que enfrenta el planeta marca 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles, los cuales contienen un total de 169 metas concretas de cara al 2030, algunas cifras han marcado alerta de cara a su cumplimiento.

Infográfico

Al inicio de 2025, solo el 16% de las metas propuestas por los ODS están en camino de cumplirse, según seguimientos de la Universidad Centro Panamericana de Estudios Superiores de México, mientras que el 84% restante muestra avances insuficientes o incluso retrocesos en áreas clave. Entre los desafíos más destacados se encuentran:

ODS 2: Hambre cero. Persisten altos niveles de inseguridad alimentaria, especialmente en regiones afectadas por conflictos e inestabilidad política.

ODS 12: Producción y consumo responsables. El consumo insostenible continúa agravando la crisis climática.

ODS 13: Acción por el clima. La falta de compromisos más ambiciosos por parte de los países industrializados retrasa la implementación de soluciones efectivas.

ODS 15: Vida de ecosistemas terrestres. La pérdida de biodiversidad sigue aumentando debido a la deforestación y la explotación desmedida de recursos naturales.

Según el Informe de Desarrollo Sostenible 2024 de la ONU, los países nórdicos como Suecia, Dinamarca y Finlandia lideran los avances, mientras que países en conflicto, como Yemen y Sudán del Sur, enfrentan retrocesos significativos. Sin embargo, incluso los líderes enfrentan desafíos críticos, como la acción climática y la gestión de los ecosistemas.

En América Latina y el Caribe, por su lado, la Agenda 2030 ha priorizado un conjunto de indicadores para dar seguimiento a los ODS: 150 en total, de los cuales 122 corresponden al marco mundial, 25 son indicadores complementarios y 3 actúan como sustitutos. Estos datos reflejan el esfuerzo por consolidar una medición objetiva de los avances, pero también dejan entrever las dificultades estructurales y políticas que enfrenta la región, especialmente cuando actores globales poderosos, como Estados Unidos bajo el liderazgo de Donald Trump, adoptan posturas contrarias a los principios que sustentan la sostenibilidad.

A pesar de este escenario adverso, hay voces que mantienen el optimismo. Eduardo Atehortúa, experto en sostenibilidad y cambio climático de la firma Deloitte, señala que los ODS siguen siendo una brújula clara para el desarrollo sostenible, y resalta el papel activo que juegan las empresas, los inversionistas y los gobiernos subnacionales en avanzar hacia las metas climáticas y sociales. Sin embargo, como advierte Camilo Prieto, profesor de Energía y Sostenibilidad en la Universidad Javeriana, sin una política pública clara, sin señales de mercado adecuadas y sin justicia ambiental ni coherencia fiscal, la transición sostenible corre el riesgo de ser desigual y de impactar negativamente a las poblaciones más vulnerables.

Impacto de Donald Trump

En medio de este panorama, la nueva era de Donald Trump representa uno de los momentos de mayores dudas en términos de compromiso ambiental global. Durante su primer mandato, el entonces presidente tomó la polémica decisión de retirar a EE. UU. del Acuerdo de París, debilitando con ello los esfuerzos internacionales para limitar el calentamiento global a 1,5 °C. Esta acción fue acompañada por una serie de medidas que promovieron la expansión de la industria de combustibles fósiles, flexibilizaron las regulaciones sobre emisiones de carbono y eliminaron normativas clave que protegían el aire y el agua. Como resultado, la huella de carbono de EE. UU. aumentó significativamente y su liderazgo en la lucha climática se erosionó.

En su regreso al poder, Trump ha reafirmado esa línea de pensamiento. Ha vuelto a marginar a EE. UU. de foros internacionales centrados en la salud pública, el bienestar y el combate al cambio climático. Sus decisiones no solo generan impactos directos, sino que también envían señales contrarias al mundo sobre la prioridad que su gobierno da a los problemas globales. Esto ha repercutido incluso en el sistema financiero.

Recientemente, seis de los principales bancos del país —JP Morgan, Bank of America, Morgan Stanley, Wells Fargo y Goldman Sachs— anunciaron su salida de la Alianza Bancaria Cero Emisiones (NZBA), una plataforma promovida por la ONU para alcanzar la neutralidad de carbono en el sector financiero. Este movimiento, que algunos interpretan como alineado con el escepticismo climático del mandatario, ha generado alarma en los círculos ambientales.

Las cifras también reflejan esta división ideológica. Según una encuesta de Statista de 2024, entre los principales emisores de gases de efecto invernadero del mundo, solo India y China superan el 75% de aprobación ciudadana al fortalecimiento de medidas contra la crisis climática. En contraste, en Estados Unidos apenas el 56% de los encuestados se manifestó a favor, lo cual refleja una falta de consenso interno sobre la importancia de este tema.

Este escepticismo también se refleja en las posturas internacionales: países de la OCDE, incluyendo a Estados Unidos, han mostrado desacuerdos para eliminar subsidios a los combustibles fósiles. No obstante, se mantiene la expectativa de que, ante la presión social, la transformación de los mercados y los compromisos multilaterales, esa decisión se reconsidere.

Todo este contexto genera gran incertidumbre sobre el rol que desempeñará Estados Unidos en los próximos años. Las políticas de deportaciones masivas, el desinterés frente a los problemas climáticos y el impulso a los combustibles fósiles se contraponen a los esfuerzos por reducir las emisiones entre el 61% y el 66% para 2035, tal como lo planteó el expresidente Joe Biden. Mientras las empresas intentan mantener el rumbo hacia la sostenibilidad, la administración Trump anuncia nuevas perforaciones petroleras y ampliaciones en las exportaciones de gas, reduciendo las oportunidades de alcanzar los compromisos climáticos.

Además, los nombramientos dentro del gabinete presidencial refuerzan esta tendencia. Trump ha designado como administrador de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) a Lee Zeldin, quien ha manifestado su apoyo a los combustibles fósiles y votó en contra de leyes clave como la Ley de Reducción de la Inflación. Igualmente, Sean Duffy, actual secretario de Transporte, ha mostrado posturas contrarias a la promoción de vehículos eléctricos, lo que evidencia una estrategia coordinada de reversión de políticas verdes.

A pesar de estos obstáculos, el compromiso empresarial con los ODS no parece decaer. Las compañías continúan desarrollando iniciativas enmarcadas en la sostenibilidad, conscientes de su papel dentro del ecosistema global y del impacto positivo que pueden generar.

Aunque el liderazgo político de Trump representa un freno considerable en el plano internacional, el impulso del sector privado, la presión social y las dinámicas del mercado mantienen viva la esperanza de una transición sostenible. En este complejo tablero de juego, el mundo observa con atención a Estados Unidos, sabiendo que sus decisiones pueden inclinar la balanza global a favor o en contra del cumplimiento de los ODS.

Otro punto clave es el desacuerdo que tuvieron los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para acabar con las ayudas públicas a los combustibles fósiles. Sin embargo, la balanza se inclina a que más adelante puedan replantear su decisión, teniendo en cuenta que la presión social a la que son sometidos, la transformación de los mercados y los compromisos climáticos seguirán impulsando el fin de estos subsidios.

Actualmente, el mundo se encuentra a la expectativa de lo que pueda suceder en Estados Unidos. Existe un entramado entre las deportaciones, la poca o nula importancia que el gobierno le da a los problemas ambientales, el retroceso que pueden ocasionar estas decisiones y los aranceles.

Lo cierto es que, mientras los ejecutivos priorizan la sostenibilidad, Trump se encarga de anunciar perforaciones de petróleo masivas y ampliaciones a las exportaciones de gas, eliminando cualquier oportunidad de reducir las emisiones entre el 61% y el 66% para 2035, tal cual como lo había planteado el expresidente Joe Biden.

Todo lo anterior es relevante, entendiendo que, en 2025, el planeta enfrenta riesgos climáticos intensificados y entrelazados. Se proyecta, por ejemplo, un aumento de eventos extremos como olas de calor abrasadoras, sequías prolongadas que amenazan el suministro de agua y la agricultura, y lluvias torrenciales que causan inundaciones devastadoras en diversas regiones. Aunado a esto, el aumento del nivel del mar continúa erosionando las costas y desplazando comunidades vulnerables.

Además, la pérdida de biodiversidad se acelera, impactando ecosistemas cruciales. Por si fuera poco, los patrones climáticos erráticos dificultan la producción de alimentos a nivel global, exacerbando la inseguridad alimentaria. Estos riesgos interconectados demandan una acción global urgente y coordinada para mitigar las emisiones, adaptarse a los cambios inevitables y proteger a las poblaciones más vulnerables.

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