¿Alguna vez se ha preguntado por qué tantos artistas y científicos producen sus mejores obras en la juventud? Según la antropóloga Helen Fisher, es culpa del amor. En su libro ¿Por qué amamos?, una investigación sobre la evolución, expresión y química de este sentimiento, explica que su búsqueda puede ser un gran motivador para la productividad, y que, en ocasiones, el decrecimiento de la creatividad de artistas y científicos en la historia coincide con su matrimonio. Es decir, que una vez encuentran una pareja, ya no es necesario mostrarse tanto.
Este comportamiento se puede relacionar con el “pavoneo”, la acción de llamar la atención sobre sí, cuyo nombre viene de los rituales de apareamiento de los pavos reales. Pero los seres humanos no pueden solo reproducirse, sus crías son tan frágiles que necesitan una estructura social que les permita sacarlos adelante. Según Fisher, gracias a eso surgió el amor.
Con el crecimiento del cerebro de los primeros homínidos y las nuevas capacidades que esto implicó, la atracción evolucionó a romance. Se pasó de una herramienta para resolver necesidades biológicas al complejo entramado de ideas, creencias y normas que se conoce hoy como amor romántico.
Fisher no logra ubicar su aparición como concepto en un momento específico en el tiempo, sino que habla de un proceso que se produjo simultáneamente con la evolución de primates a seres humanos. Alba Centauri, psicóloga y educadora sexual, que también trabaja el tema, dice que sí se puede hablar de su consolidación en el siglo XIX, con el Romanticismo.
De poetas a padres
La necesidad biológica llevó a la configuración de parejas heterosexuales, pero ¿de dónde salieron los grandes gestos y los rituales? De acuerdo con Fisher, cuando los homínidos desarrollaron el pensamiento complejo lo aplicaron a la conquista, empezaron a cantar, a pintar y a escribir para sus amadas, porque querían y podían.
El amor, que les producía episodios eufóricos, falta de sueño, pérdida del apetito, picos de energía, capacidad de concentración y comportamientos orientados al logro, entre otros, los inspiraba a impresionar al objeto de su afecto, como los pavos reales desplegando sus plumas. La motivación es efímera, un estudio de académicos italianos, publicado en Neuropsychobiology en 2003, afirma que esas primeras emociones no se viven más de 18 meses.
Para quienes tienen tendencia a la adicción, puede significar el fin, pues pronto buscarán volver a sentir la emoción del principio. Pero si se logra concretar una familia (tradicional), la relación se puede extender primero por cuatro años, cuando los hijos hayan completado su primera etapa de desarrollo, y luego hasta por veinte años más, pues los jóvenes humanos pueden reclamar la ayuda de ambos padres hasta por veinte años. Es una cuestión de dirigir las energías a llevar a buen término el fruto de la reproducción, dice Fisher.