Javier Cruz, un artista riosuceño, y Laura Restrepo, una psicóloga de Medellín, tienen algo en común: sus padres no les compraban juguetes. No lo hacían por crueldad o por imposibilidad de hacerlo, era confianza. Confiaban en su curiosidad, en su creatividad.
A Javier su papá lo retaba a construir el avión que de pequeño tanto deseaba. Y el primer profesor de Laura, dice ella en su blog, “fue un juguete que se podría convertir en lo que ella quisiera construir: elefantes, pocillos, cohetes”.
El reto de desarrollar sus propias herramientas, en casa, y con pocos recursos, la filosofía de aprender con las manos, eso es lo más cercano que hay al biohacking colombiano. Así, sin necesidad de tener un costoso microscopio, una bata blanca y un cartón que los acredita como académicos, Javier y Laura pueden hacer ciencia. Ellos y cualquier ciudadano de a pie, ese es el espíritu del biohacking, por lo menos en Colombia.
Va mucho más allá de la suma “biología + hacking”. Este movimiento internacional, que tomó fuerza en 2005, hace referencia a la ciencia ciudadana que trata de crear una versión accesible y distribuida de la biología, con soluciones de bajo costo.
En principio, cuando se habla de biohackers se refiere a los biólogos aficionados que realizan experimentos en biomedicina, pero lo hacen fuera de instituciones como universidades, compañías médicas u otros entornos controlados científicamente. Así como los piratas informáticos entran escurridizos a las computadoras, los biohackers piratean todo lo biológico.
No crean Frankensteins
El biohacking o biología DIY (Do it Yourself, o hágalo usted mismo en español) es una cultura diversa, con subgrupos diferentes, todos con diferentes tipos de intereses e ideologías, según cuenta Juan Felipe Zapata, fundador del colectivo Biohacking Colombia.
Hacen ingeniería inversa de los equipos de laboratorio y también ingeniería genética sobre bacterias. Hackean hardware, software y hasta al código de la vida, el ADN. Les gusta construir cosas. Y después las desarman. Hacen que las cosas crezcan, que brillen y hasta que las células bailen.
El espíritu de los laboratorios es abierto, pero cuando la gente piensa en ellos, lo primero que les llega es la bioseguridad y sus riesgos.
Es un mito, quizás arraigado por las películas de ciencia ficción, que el espacio para hacer ciencia es una especie de búnker aislado con aparatos de última generación en el que los investigadores llevan trajes de buzo.
“No voy a minimizar las preocupaciones de seguridad. Cualquier tecnología poderosa es inherente a un uso dual, y es importante mirar de forma crítica a la biología sintética (utiliza métodos más rápidos y sencillos para producir organismos modificados genéticamente) y a la nanobiotecnología (permite manipular elementos cien mil veces más pequeños que un cabello humano)” explica Ellen Jorgensen, bióloga molecular que lidera el movimiento de biología Hágalo usted mismo en Nueva York, en una charla Ted.
Más allá de la dualidad del movimiento, hay cosas positivas. Y es importante revisar dentro de esta diversidad los grupos principales que hay en el mundo: los de wetware y los transhumanistas.
En países en desarrollo
Los hackers de wetware son biólogos aficionados a la ciencia ciudadana que construyen equipos de laboratorio con utensilios de bajo costo. Así como se hace en Colombia.
Ellos se encaminan a través de la llamada ciencia frugal, la cual les permite explorar soluciones económicas que mejorarán los niveles de vida de las personas en países en desarrollo. El microscopio de cartón y plástico de cinco mil pesos es resultado de esta ciencia: hacer observaciones científicas con instrumentos de bajo costo.
Por esto, en países de Latinoamérica y África, esta práctica buscar acercar la ciencia a la ciudadanía. “Nosotros hemos construido equipos de bajo costo como centrífugas, microscopios, biorreactores, transiluminadores y centrales de monitores de calidad del aire”, dice Zapata.
El hackeo, entonces, está en descentralizar recursos para hacer ciencia y aportar infraestructura educativa, que en Colombia tiene en déficit. Dotar una institución educativa con laboratorios científicos cuesta cerca de 120 millones de pesos, mientras que el microscopio de cartón que los entusiastas de Biohacking Colombia hicieron en el Parque Explora, costó cinco mil pesos. “Los demás instrumentos se hicieron con el 5 % del equipo, algunos con el 2 % de su costo. Haga la cuenta”, anota Zapata.
También, esta corriente en otras partes se dedica a hacer experimentos en los que las plantas se modifican genéticamente para convertirse en fluorescentes o las algas se utilizan para hacer cerveza.
Europa y Estados Unidos
El otro grupo son los transhumanistas, que se centran en mejorar el cuerpo humano. Este grupo asegura que solo a través de derribar los límites humanos y escapar de las fronteras biológicas, estos podrán competir con la Inteligencia Artificial en el futuro.
Los biohackers europeos difieren de sus contrapartes norteamericanas, más preocupadas por desarrollar alternativas a las prácticas de salud establecidas.
En Suecia, según Moa Petersén, profesora de cultura digital de la Universidad de Lund en Suecia, se refleja una escena de biohacking única. Hoy cerca de 3.500 suecos se han insertado microchips en sus cuerpos, que pueden funcionar como tarjetas de crédito, tarjetas de acceso y tarjetas para el tren.
“Una vez que el chip está debajo de su piel, ya no hay necesidad de preocuparse por extraviar una tarjeta o llevar una billetera pesada. Pero para muchas personas, la idea de llevar un microchip en su cuerpo se siente más distópica que práctica”, aseguró en el portal The Conversation.
Pero si se mira por debajo de la superficie, el romance de Suecia con todo lo digital es mucho más profundo que estos microchips, agrega Petersén.
Lea aquí: La razón por la que miles de suecos están insertando microchips en sus cuerpos
“Los suecos se están metiendo chips porque quieren tener información sobre ellos y es el momento de su sociedad para conocerlos mejor; nosotros, en cambio, estamos usando el biohacking para que la gente entienda la importancia de apropiarse de la ciencia”, puntualiza Zapata.
Empiece por cuestionarse qué haría usted en un laboratorio de biología. No hace mucho tiempo la humanidad se preguntaba qué hacer con un computador personal.