La cachetada que le dio Will Smith a Chris Rock ha dado mucho de qué hablar desde la noche del domingo, en plena transmisión en vivo de los Óscar. Pero, de nuevo, como pasa con muchos temas que afectan a las mujeres, se está hablando de lo que menos importa y no del centro de todo: la violencia hacia las mujeres.
Están los que hablaron sobre la reacción de Will Smith. Sobre si fue justo con Rock o no. Hablaron sobre la disculpa de Smith, o sobre por qué la Academia no hizo nada. Hoy en los titulares de la mayoría de los medios habló de eso y ya.
Otros, más osados, intentaron acercarse a lo que creyeron correcto y “feminista” y hablaron de Will Smith como el típico macho opresor que resuelve los problemas y las ofensas a los golpes. Ese macho que percibe a su esposa como “suya” y que es el protector de la familia, del hogar.
Pero todo esto, al final del día, no resuelve y ni siquiera se acerca a lo realmente importante, al centro y causante de todo: la violencia hacia las mujeres, en este caso, violencia estética.
Más allá de poseer y del amor y la reacción pasional
Algunas mujeres feministas han reclamado la postura de Smith. En palabras de Mariángela Urbina, de Las Igualadas, “esa idea de que la misión de un hombre es defender a su familia, es muy peligrosa. Disfraza de ternura (‘awe, tan lindo, quiere protegerme’) un paternalismo que minimiza a las mujeres y conduce a la violencia, como quedó demostrado. Pésimo referente”.
Algo similar piensa Elvira Sastre, poeta y feminista española. Ella dice que “el amor no te hace cometer locuras. Eres tú y solo tú, el que las cometes, da igual en nombre de quién”.
Eso sí, Elvira va más allá: añade que el hombre quedó siendo “protagonista y narrativa sobre sus actos”, mientras que la mujer “faltada al respeto e invisibilizada. Nada nuevo”.
Estos comentarios, que se han repetido en redes muchas veces de distintas formas, son importantes, pero restan protagonismo al centro mismo de la discusión y, como dice Sastre, vuelve a invisibilizar a la mujer.
Nancy Becerra, psicoterapeuta con enfoque de género, explica que es importante ir más allá de este discurso, no caer en esa idea que es facilista, reduccionista. “No nos quedemos en la violencia de los machos y en el tema de si quieren poseer o no, porque ahí se olvida de nuevo a la mujer, y porque es una lectura reduccionista del tema. No todo es patriarcado”.
Mejor dicho, al final del día Smith es humano y ha acompañado a su esposa en el dolor de su enfermedad autoinmune (la alopecia). “Lo mismo hacen mujeres, la lideresa Zamudio, por ejemplo, al decir que lo va a quemar todo porque asesinaron a su hija”.
No todos reaccionan calmados todo el tiempo. Pero ojo, eso no es excusa para la agresión física. Sin embargo, es un tema difícil, con mucho trasfondo. Pero más allá de su reacción como hombre y lo que la motivó, la clave está en ella, en la mujer.
“Más allá de categorizar como misógino todo acto sin más análisis que el de ‘lo ha hecho un hombre’, el problema del planteamiento es asumir que una persona no lleva a cabo una conducta de defensa por decisión propia y no porque se quede paralizada por la humillación”, dice en Twitter la psicóloga María. La clave está en la humillación, que es sistemática.
El foco debe estar en Jada Pinkett
Hay que llegar a la causa de la violencia. En este caso, Jada Pinkett fue víctima de lo que muchas mujeres han sufrido por años y en silencio, lo que muchas sociedades han normalizado y lo que la Academia ha celebrado y hasta apoyado: violencia estética.
Sobre todo las mujeres la han padecido: la mujer no tiene permitido envejecer, ni engordar, ni adelgazar, no pueden alisarse el cabello o dejárselo crespo o usar o no tacones. Y aún más, la presión ha estado sobre las mujeres negras.
“Este es una claro ejemplo de cómo la belleza ha sido construida y erigida como un valor social, no importa si tienes fama o no, si tienes recursos económicos o no, si tienes acceso y visibilidad mediática o no; si eres mujeres, y más aún una mujer negra, estás siempre siendo juzgada y expuesta a ser violentada por tu apariencia física si por alguna razón no respondes a la expectativa de belleza que se ha construido para ti”, publicó en Twitter la doctora en Ciencias Sociales y escritora Esther Pineda.
Y la poeta Elvira lo dibuja muy bien: “Después de la ‘broma’ horrible, ella reacciona poniendo los ojos en blanco, lo que refleja un hastío propio de un cansancio crónico y acostumbrado. ¿No os habéis visto en esa mirada?”.
Jada fue humillada en frente de miles, pero hoy casi nadie habla de ello. Nadie habla de lo que debió sentir, de lo que pensó, de cómo pudo reaccionar (o tal vez no reaccionaría), nadie se pregunta qué pasa con ella.
“Lo que piensan y sienten millones de mujeres todos los días ante las agresiones que sufren producto de los estereotipos de belleza, queda invisibilizado y silenciado en medio del ruido de las palabras e imágenes de lo que los hombres dicen y hacen”, continúa Esther..
La violencia estética no es válida, ni de chiste, ni en bromas, hacia nadie. Las mujeres han sido las más afectadas y, al tiempo, las más ignoradas. Hemos aprendido a “poner los ojos en blanco”, hastiadas. Pero esa violencia carcome, afecta, tanto al cuerpo como a la mente.
¡Es hora de hablar de violencia estética!