Si hay un sector que se adelanta a las necesidades de la sociedad, prevé cambios y se proyecta para ellos, es la academia. Por eso, que en época de confinamiento fueran las universidades las primeras en mostrar ejemplos de cómo se puede desarrollar la educación virtual, flexible y de calidad, fue un logro apenas lógico.
No siempre fue la pandemia. Antes existió la necesidad de facilitar el acceso a la formación, especialmente de posgrados, a personas a quienes su vida laboral les impedía acercarse a la aulas en horarios regulares; y mucho antes, el problema fue la infraestructura y el beneficio de no requerir sedes físicas para que estudiantes de municipios apartados pudieran recibir conocimientos.
Así por lo menos lo explica el presbítero Diego Luis Rendón, rector de la Universidad Católica del Norte, una institución pionera en educación virtual que ya en 1996 tenía registrados ante el Ministerio de Educación dos pregrados virtuales y en 2003 ofertó posgrados con el aval del Gobierno Nacional.
Desde ese entonces aprendieron a desarrollar material didáctico que se pudiera descargar fácil, para que los estudiantes puedan acceder a este cuando no se disponga de una conexión a internet y que se cumplan objetivos de la formación sin tener que desplazarse hasta una sede de la universidad.