Estas no son unas elecciones corrientes, rutinarias. Se dan en un contexto crucial de nuestra historia y nuestra vida políticas. De un lado, implican singularidades vinculadas, inevitablemente, al proceso de La Habana, en cuanto a las consideraciones de candidatos y electores ante un potencial escenario de posconflicto, tras un conflicto armado de larga duración.
Del otro, deben abrir un mayor diálogo local y regional con el poder nacional. No se agotan en la mera elección de alcaldes, gobernadores, concejales y diputados, sino que trazan las nuevas relaciones que se deben establecer con las esferas del gobierno central.
Hay además un despertar de elementos de Estado de Derecho más que de Estado de Opinión. Un avance importante de candidaturas con un espíritu civil y ciudadano, con electores que buscan mayor énfasis en programas y acuerdos cumplibles, que en apoyos irrestrictos de fidelidad partidista o a figuras y opiniones.
Hoy la gente ejerce su derecho al voto valorando el contexto actual. Los candidatos deben despertar confianza porque su vida y su visión públicas priorizan el interés general sobre lo personal y lo particular. Y porque creen en la educación ciudadana, no reducida a la instrucción académica sino como conciencia para fomentar acuerdos y proyectos públicos perdurables.