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Trump y Musk: historia de una (muy) breve amistad

Este duelo de titanes es un síntoma de un sistema cada vez más sometido al capricho de personalidades ególatras que confunden el interés público con sus propias ambiciones.

hace 9 horas
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  • Trump y Musk: historia de una (muy) breve amistad

Nunca antes en la historia reciente dos personajes con tanto poder, tanta visibilidad y tanto ego se habían enredado en una relación tan peculiar y volátil como la de Donald Trump y Elon Musk. Lo que empezó como una alianza entre “mejores amigos” a las puertas de una campaña electoral, hoy se deshace en público como una pelea de gallos desbocados. Y no es cualquier riña: uno es presidente de Estados Unidos; el otro, el hombre más rico del mundo.

La escena no podría ser más simbólica. Ayer, 4 de julio, día de la independencia estadounidense, Trump celebró con pompa la firma de su ambicioso “Gran y Hermoso Proyecto de Ley”: una mezcla explosiva de recortes fiscales, reducción de gasto federal, aumento al presupuesto del Pentágono y más dinero para la seguridad fronteriza. Una agenda que grita “Trumpismo” por donde se mire y que fue aprobada apenas por cuatro votos en la Cámara de Representantes (218-214). Pero detrás del espectáculo patriótico se esconde un terremoto político: el millonario que hace unos meses apoyaba a Trump con cientos de millones de dólares, hoy amenaza con desatar una insurrección interna en el Partido Republicano.

El origen de la ruptura no es claro, pero el deterioro ha sido brutal. Desde que Musk decidió aportar 224 millones de dólares a la campaña de Trump y fue presentado como el “genio libertario” que ayudaría a achicar el Estado, muchos advirtieron que esa amistad sería frágil. El choque era inevitable: dos egos que no caben en la misma sala, dos visiones del poder que se creen insustituibles. Y como era de esperarse, la relación estalló.

Primero fue Musk, que acusó a Trump —sin pruebas— de tener vínculos con Jeffrey Epstein, sugiriendo que su nombre figuraba en los archivos gubernamentales sobre el pedófilo convicto. Luego se retractó, borró publicaciones y bajó el tono. Pero la tregua duró poco. Esta semana volvió al ataque con una nueva cruzada: impedir la implementación del plan de gasto aprobado por Trump. Musk afirma que este proyecto destruye su esquema de recorte estatal conocido como DOGE y representa un atentado contra la responsabilidad fiscal.

La tensión escaló cuando Musk amenazó con lanzar un “tercer partido” llamado el American Party, una alternativa populista que, según dijo, nacería “al día siguiente” si se aprobaba el paquete de ley. Como si la polarización en Estados Unidos no tuviera ya suficiente combustible, ahora se asoma la posibilidad de una disidencia con presupuesto ilimitado y ambiciones mesiánicas.

Trump, por su parte, no se ha quedado callado. Ha respondido con fuerza, usando su poder presidencial para advertir que DOGE —su mecanismo interno para fiscalizar gasto público— podría usarse para investigar los subsidios y contratos que mantienen a flote las empresas de Musk. “Sin subsidios, volvería a Sudáfrica”, le espetó Trump, apelando a uno de sus clásicos recursos retóricos: la descalificación con tintes nacionalistas.

Lo que está en juego no es solo una pelea de titanes. Es una muestra grotesca de cómo el poder político y el poder económico pueden convertirse en armas personales en manos de figuras que no entienden de límites. Musk quiere demostrar que su dinero puede redibujar el mapa político. Trump quiere probar que, por encima del dinero, el verdadero poder está en la silla presidencial y en su capacidad de movilizar a las masas.

Por ahora, el presidente parece llevar la delantera. La aprobación del plan económico es una victoria política importante, la más clara desde su regreso a la Casa Blanca. Musk podrá tener los recursos para lanzar campañas, comprar espacios y crear partidos, pero aún no tiene el poder de decisión que representa la firma de una ley desde el Despacho Oval.

Ambos se han prometido la guerra. Pero si algo ha demostrado la historia reciente de Estados Unidos es que los conflictos entre multimillonarios y presidentes no se resuelven en silencio: se libran en redes sociales, en ruedas de prensa, en el Congreso y, si es necesario, en los tribunales. Nada indica que este enfrentamiento vaya a calmarse. Al contrario, todo apunta a que estamos viendo apenas el prólogo de una batalla feroz entre el poder del dinero y el poder del Estado.

Hoy, Trump festeja. Musk amenaza. Y la democracia estadounidense observa con una mezcla de asombro, preocupación y espectáculo. Porque en el fondo, este duelo de titanes no es solo un problema entre dos hombres: es un síntoma de un sistema cada vez más sometido al capricho de personalidades ególatras que confunden el interés público con sus propias ambiciones.

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