El próximo miércoles se cumple un mes de la nueva medida de pico y placa —la de un solo dígito que sale de circulación por día— y, a pesar de que en algunos pocos días el tráfico parece aflojar, en general no se siente un cambio favorable. La percepción en las calles es que continúa la alta congestión vehicular e, incluso, hay quienes piden endurecer la restricción. Hace poco, el procurador regional, Luis Fernando Bustamante, le pidió al Área Metropolitana que estudie la posibilidad de aumentar a dos dígitos diarios el pico y placa. Mientras tanto, para las autoridades los resultados de la medida sí han sido positivos, en cuanto a la disminución del tiempo de desplazamiento.
Frente al tema, hay que señalar que es entendible el desespero de los ciudadanos, que esperaban que con el restablecimiento de la medida —hacía bastante tiempo que no se aplicaba— se eliminaría la alta congestión en la ciudad. Pero, tal vez, eso es lo primero que debe aclararse. La política de pico y placa, en ninguna parte del mundo, elimina las horrendas congestiones. Solo logra mitigarlas, y eso que por poco tiempo. Lo que consiguen medidas restrictivas como estas es disminuir el tiempo de desplazamiento. La congestión a mediano y largo plazo se gestiona con otras políticas.
Después de evaluar lo que ha pasado en estas casi cuatro semanas, algunos ciudadanos sienten que el número de carros en las calles varía, según el dígito de la placa que tenga la restricción. En este sentido, dudan de los estudios técnicos que sustentaron la medida, pues, inicialmente, se dijo que con un dígito saldría de circulación el diez por ciento del parque automotor, pero en la realidad lo ha hecho entre el seis y el ocho por ciento, según admiten las mismas autoridades. Los expertos en el tema señalan que la distribución de las placas es relativamente uniforme. El problema está en los vehículos exceptuados. Como se sabe, la medida no cobija a todo el parque automotor. Están exentos los vehículos eléctricos e híbridos y los que usen gas natural; los que atiendan emergencias o situaciones médicas; el transporte especial, de alimentos, entrega de domicilios y mensajería, carga y prestación de servicios públicos, entre otros.
La difícil situación de movilidad de la ciudad amerita evaluar otras opciones de las que ya se ha hablado. Por ejemplo, medidas económicas. Según diversos estudios, la movilidad mejora con peajes electrónicos. El asunto es que esta es una alternativa desde lo económico, pero no desde lo político.
Otra opción es lograr acuerdos con las empresas, comercio, centros educativos y la administración municipal para modificar los horarios de ingreso de los trabajadores, de tal manera que el desplazamiento no coincida a la misma hora pico.
Por otro lado, si bien Medellín cuenta con uno de los sistemas de transporte masivo más eficientes del país, no es la solución para todos los ciudadanos. En barrios como Laureles, Conquistadores, Belén y el Poblado, donde se presenta la mayor concentración de vehículos privados, la oferta de transporte público es muy deficiente. Pedirles a estos habitantes que se bajen del carro, cuando no tienen opciones, no es fácil. Hay que mejorar las conexiones con las estaciones del Metro.
La idea de estimular el uso de la bicicleta suena muy bien, pero hay que hacerla realidad y no es fácil en zonas de la ciudad como El Poblado, en donde, por lo empinado de sus calles, no hay muchos Egan Bernal que puedan hacerlo todos los días. Se requiere continuar con la interconexión entre las ciclorrutas, lo que prometió el alcalde, pero que no ha cumplido. Buscando mejorar la movilidad, ahora le toca el turno a las motos, que entran en la medida del pico y placa. Probablemente, dada la cantidad de estos vehículos, haya un impacto positivo. Pero, definitivamente, la solución a la congestión está en la combinación de alternativas, no en concentrarnos en una sola