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¡Qué calor!

Pese a los difíciles retos que nos plantea este momento, no podemos quedarnos con una visión apocalíptica y paralizante sino más bien con un sentido proactivo que nos induzca a tomar medidas creativas.

13 de mayo de 2023
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Calores insoportables en el trópico, calores intensos en épocas normalmente primaverales en zonas de estaciones, incendios voraces en regiones donde las estadísticas científicas jamás pensarían que podían darse y mucha sequía. Ese ha sido el coctel explosivo al que estamos sometidos y que, ya es innegable, el cambio climático está exacerbando. La última semana en Colombia (y el último mes en muchas partes del mundo) parece ser la premonición de tiempos más difíciles en el futuro próximo. Sin embargo, no hay que entrar en pánico. Estamos a tiempo de corregir el rumbo.

Hacer un paneo de titulares nacionales e internacionales en distintos medios puede generar temor: el oeste de Canadá ha ardido con más de 360 incendios y miles de evacuados en lo que va de año. En Argentina el dengue se ha expandido a causa del cambio climático. España registró temperaturas de más de 40 grados, totalmente anormales para la época, y una sequía sin precedentes tiene alarmada a la población. Y aquí en Colombia, nos estamos sancochando: Medellín ha tenido temperaturas hasta de 31 grados y un sofoco nunca antes vivido, y El Guamo, en Bolívar, llegó a 41 grados.

Pero además muchos temen que vayamos a pasar de meses de lluvia (casi dos años en Medellín) a sufrir por la falta de agua tras el anuncio del fenómeno de El Niño. Los expertos calculan que El Niño llegaría antes de septiembre, pero por ahora, no se habla de que produciría escasez de agua. Sin embargo, se recuerda lo que se vivió a causa de estas condiciones meteorológicas adversas que afectaron a 60 millones de personas en 23 países durante 2015 y 2016. Tras esa experiencia, fue mucho lo que se aprendió, y en el caso colombiano, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) tiene mucho que aportar. La clave es empezar a prepararse y saber qué hacer en caso de que sí llegara a darse un fenómeno semejante. Porque los países tienden a prepararse según el nivel del evento más extremo en su memoria colectiva.

Ejemplo de ello son los planes que se han desarrollado en Europa tras la terrible experiencia del 2003, cuando una ola de calor fue la causa de un exceso de muertes de entre 50.000 y 70.000 personas. Tras las medidas tomadas, y a pesar de que han tenido olas de calor más intensas, ninguna ha alcanzado esas tasas de mortalidad.

Eso demuestra que pese a los difíciles retos que nos plantea este momento, no podemos quedarnos con una visión apocalíptica y paralizante sino más bien con un sentido proactivo que nos induzca a tomar medidas creativas, a buscar adaptarnos a las circunstancias y a no sentir que estamos enfrentados a una lucha constante contra la variabilidad climática.

Y es que existe otra consecuencia de la que poco se habla cuando se genera un entorno angustiante al hablar del fenómeno climático y es la ansiedad que genera el tema. Según destacados psicólogos, en los últimos años, a medida que los efectos del cambio climático se han vuelto menos abstractos y más reales, la ansiedad ecológica se ha convertido en un problema generalizado. Y tanta preocupación puede ser paralizante.

Debemos volver a insistir en el papel fundamental de las administraciones públicas. Si vamos a estar expuestos a temporadas más extensas de calor, su compromiso debe ser total para que se activen planes de prevención, especialmente orientados a los centros educativos y a las personas mayores. A lo que habría que añadir su compromiso para articular una planificación hidrológica que no esté a merced de intereses políticos o diferencias ideológicas, y más bien que sea el resultados de experiencias aprendidas.

El último informe del IPCC, el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático, detalla los logros mundiales que se han alcanzado en esta carrera por reconducir el cambio climático, y por supuesto explica todo lo que falta. Hay datos preocupantes como que entre 3.300 y 3.600 millones de personas viven en contextos altamente vulnerables al cambio climático. O la confirmación de injusticias como que las comunidades más afectadas son las que históricamente han contribuido menos al cambio climático actual. Esa vulnerabilidad no solo depende del área geográfica, sino de la situación socioeconómica que hace que las poblaciones con menos recursos sean más frágiles frente a las condiciones climatológicas extremas, bien sea lluvias o sequías.

António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas (ONU), definió este informe del IPCC como una “guía de supervivencia para la humanidad” que puede desactivar la “bomba de relojería” que implica la crisis climática. La conclusión es que el futuro no está escrito por completo y todavía está en manos del ser humano determinar qué tan graves van a ser el impacto que generen sus decisiones. Lo importante es actuar a conciencia.

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