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Que Colombia esté tomando decisiones que la encaminen a no ser autosuficiente en materia de gas natural y que ahuyenten del país las inversiones petroleras son decisiones en sí mismas, cuestionables.
La insistencia del gobierno de Gustavo Petro en la idea de que Colombia dependa energéticamente de Venezuela es, cuando menos, sospechosa.
Durante las declaraciones del presidente Petro luego de su reunión con Maduro en Caracas, anunció que Ecopetrol podría asociarse con la estatal de petróleos del vecino país, PDVSA, para la exploración de campos de gas y petróleo en territorio venezolano. Esta dependencia parece ser un asunto de la mayor naturalidad para el actual gobierno.
No pareció preocuparle a Petro que en el momento del anuncio la idea no hubiese sido consultada todavía con la junta directiva de Ecopetrol, ni tampoco le incomodó que la corrupción dentro de PDVSA y la falta de inversión tenga la producción de petróleo en aquel país en la quinta parte de lo que era antes de la llegada de Chávez ni mucho menos se detuvo a pensar en los riesgos que podrían venir con el hecho de que PDVSA pertenezca a la lista Clinton.
Cuando se trata de los negocios con Venezuela, mágicamente desaparecen todos los problemas y cuestionamientos. ¿Por qué?
Desde junio del año pasado, Juan Manuel Galán, luego de una reunión con Petro para analizar a qué candidato se sumaría el Nuevo Liberalismo en segunda vuelta presidencial, declaró a los medios que, en privado, Petro había ventilado la idea de que el abastecimiento energético del país podría depender de Venezuela. En ese entonces, muchos desestimaron el comentario. Desde sectores afines al actual presidente, más de uno salió a desmentir a Galán, lo llamaron malintencionado.
Sin embargo, con el tiempo, lo que era un rumor se volvió el discurso oficial. La exministra de Minas y Energía, Irene Vélez, defendió la idea hasta el cansancio desde su primer día en el cargo. En agosto de 2022, en una entrevista concedida a Blu Radio, dijo que, ante una posible insuficiencia de gas por el cese de nuevos contratos de exploración, el país contemplaría la importación de este recurso desde el país vecino. Que no había ningún problema.
Otro que defendió con mucha vehemencia la idea desde el día uno fue el exembajador Armando Benedetti. En septiembre del año pasado, en una entrevista con Semana, declaró que habría que comprarle gas a Venezuela “desde ya”, anclándose férreamente en esa posición hasta el día en que los escándalos lo forzaron a abandonar su cargo. Toda la primera línea del Gobierno tenía claro el mensaje.
El problema de fondo, como ya se ha dicho, es que el interés en comprar gas y asociarse con PDVSA para explorar petróleo se cruza con los anuncios de limitar los nuevos contratos de exploración de gas y petróleo en el país, una postura con la que el Gobierno Nacional ha sido tajante desde que llegó al poder.
Que Colombia esté tomando decisiones que la encaminen a no ser autosuficiente en materia de gas natural y que ahuyenten del país las inversiones petroleras son decisiones en sí mismas, cuestionables. Más sabiendo que somos un país con una matriz eléctrica limpia, en el que una proporción importante de las personas todavía depende de leña para su energía y que no hace una contribución significativa a las emisiones de carbono del mundo en comparación con los grandes países contaminantes.
Sin embargo, que además de esto haya tanta insistencia en renunciar a nuestra soberanía energética para depender, sin aparentes cuestionamientos de fondo, de una dictadura como la de Venezuela, es un tema que debería generar preocupación. ¿Acaso las emisiones del otro lado de la frontera no cuentan? ¿Qué otros interés hay detrás de todo este asunto?
Lo que pasó recientemente en Alemania debería servirnos de referencia para dimensionar los riesgos que podrían venir con este tipo de políticas. Los alemanes, con decisiones bienintencionadas encaminadas a tener una matriz energética más “verde”, quedaron atrapados en el peor de los dos mundos. Su capacidad de generación actual con energías renovables no es suficiente para suplir su demanda interna. Con el agravante de que luego de haber encaminado el país al abandono de la energía nuclear y apostarle al gas ruso - mediante el desarrollo de gasoductos como el Nordstream que permitían su provisión a tierras teutonas a precios económicos - la seguridad energética de los alemanes quedó a merced de los antojos de un tirano como Vladimir Putin.
Una vez el conflicto en Ucrania distanció a Rusia de la Unión Europea, Putin mostró su capacidad de cerrar el Nordstream y dejar a Alemania sin gas, lo que tuvo a la mayor potencia europea pagando precios históricamente altos y bajo la constante amenaza de un racionamiento de energía, un golpe del cual su economía todavía no se ha recuperado. Todo por haber tomado decisiones que los llevaron a quedar indefensos frente a los caprichos de un déspota.
¿Quiere estar Colombia, algún día, en una situación que se parezca a la de Alemania? La posibilidad de que un recurso estratégico para el país quede dependiendo de una dictadura como la venezolana es algo que debe encender alarmas. ¿Por qué esa resistencia para explotar económicamente nuestros recursos en un momento en el que el Estado necesita más que nunca financiación, pero tanta complacencia ante la posibilidad de depender económicamente de la dictadura de Maduro?
Que Europa nos sirva como lección: no hay nada peor que depender de un tirano.