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La monarquía es una figura que a esta altura de la historia puede resultar extraña o incluso antipática. Pero echar reversa hasta cinco siglos atrás para reabrir dolores, y dividir el mundo entre buenos y malos, tal vez no sea la mejor idea
No han pasado dos semanas desde la posesión de Claudia Sheinbaum como presidenta de México y los ánimos siguen alborotados a un lado y otro del océano Atlántico por la curiosa controversia diplomática que ha desatado México contra España por la “conquista de América”. El nuevo gobierno, así como lo hacía el anterior de Andrés Manuel López Obrador, insiste en que los españoles deben pedir perdón colectivo por los abusos cometidos contra los indígenas en la conquista hace 500 años.
Sheinbaum ha decidido que es el propio rey Felipe VI el que debe hacerlo y decidió no invitarlo a su toma de posesión, con el argumento de que el monarca no es bienvenido porque no ha dado respuesta a una carta enviada por AMLO, haciendo el mismo reclamo en 2019. España encajó el golpe y respondió: si no va el rey, que es el jefe de Estado, entonces no va nadie en representación.
En el país azteca hay división de opiniones, pues muchos consideran un sinsentido histórico que 500 años después se hable de ese proceso como si fuera un agravio todavía en desarrollo. Y del lado de España, el rey Felipe aprovechó una cumbre de Academias de Historia para destacar que hubo conflictos y disputas, pero que también hay una historia compartida, elogió la hermandad, habló de “discrepancias inevitables” que deben ser gestionadas con “franqueza”, “respeto” y “amistad” y, si bien no hizo referencia al reclamo, se despidió de los académicos de Hispanoamérica elogiándolos por su debate “libre de prejuicios”.
La polémica no es nueva. Incluso, en Colombia, hace un mes, el ministro de Cultura, Juan David Correa, la agitó cuando, con motivo de los 500 años de la fundación de Santa Marta, que se cumplen el próximo año, dijo: “Por Santa Marta no entró la civilización, ni la religión fue un bien para el país, ni el idioma castellano fue un bien para el país”. Más allá de que el ministro lo crea así, al decirlo como una verdad a rajatabla, termina siendo agresivo con millones de colombianos que así lo creen, más a quien su cargo obliga a respetar y promover la diversidad de ideas y de expresiones culturales.
¿Hay qué pedir perdón por lo ocurrido hace 500 años? Si México considera que sí, entonces, si se trata de un propósito de reparación genuino tocaría ir hasta la época precolombina, en la que los mexicas o aztecas levantaron su imperio a punta de arremetidas militares, sometiendo pueblos y exigiendo tributos a los derrotados. No fueron pocas las culturas que desaparecieron o tuvieron que asimilar sus costumbres y tradiciones. ¿Quién en nombre de los aztecas saldrá a pedir perdón a las otras comunidades?
Por supuesto que la monarquía es una figura que a esta altura de la historia puede resultar extraña o incluso antipática. Pero echar reversa hasta cinco siglos atrás para reabrir dolores, y dividir el mundo entre buenos y malos, tal vez no sea la mejor idea. Puede que sea útil para las estrategias tan de moda ahora entre gobernantes populistas en las que crean un “malo”, al cual atacar, para convertirse en héroes. En otras épocas, el villano solía ser Estados Unidos, pero justo ahora no se puede porque por primera vez en 20 años, el país del norte le compra más productos a México que a cualquier otro del mundo, incluida China. Ese “malo” de otras épocas es hoy el gran responsable del extraordinario desempeño económico de México.
¿Quiénes tendrían que pedir perdón? ¿Quiénes fueron los que cometieron atrocidades? El lugar común es decir que la corona española. Y sin duda, le cabe gran responsabilidad. Pero como el mundo no es en blanco y negro, valdría la pena revisar si aquellos expedicionarios y conquistadores que tantas tropelías hicieron en México terminaron echando raíces en territorio americano. Como decía un español: mis antepasados no fueron los que conquistaron América, fueron los antepasados de ustedes los que hoy viven en América Latina.
Esta reflexión no trata de buscar culpables, por el contrario busca mostrar que es un asunto complejo y que no es tan fácil de identificar. Sería miope no reconocer que España ha tratado de contribuir al progreso de América Latina de manera particular desde hace muchas décadas. Y que son muchas las cosas que nos unen.
No se puede negar el choque y la violencia que se produjo hace cinco siglos, pero tampoco se puede obviar que nuestra cultura latinoamericana es producto de ese encuentro. Sacar la banderita de la hispanofobia a esta altura del partido solo sirve para alimentar intereses políticos. Buscar soluciones conjuntas a problemas globales del presente puede resultar sin lugar a dudas mucho más útil.
Entre otras cosas para ver si de una vez por todas los pueblos latinoamericanos dejamos esa narrativa de víctimas y asumimos la responsabilidad de ser artífices de nuestra propia historia.