Se repitió en la elección de Costa Rica la fórmula que ha resultado ganadora en otros países: un personaje sin tradición en la política, se lanza con un discurso agresivo, señalando a la clase política tradicional de provocar sufrimiento y hambre y termina ganando.
Así ocurrió con Rodrigo Chaves, economista y exministro de Hacienda de Costa Rica, que llegó a la primera vuelta con un 5% de apoyo en las encuestas, pero le bastó para pasar a la segunda vuelta y ganar el pasado 3 de abril con el 52,9% de los votos en representación del Partido Progreso Social Democrático (PSD). Derrotó a un conocido de la política, José María Figueres, del Partido Liberación Nacional (PLN), al que solo le alcanzó para el 47,1% de los votos.
Costa Rica es una nación única. Su decisión en 1948 de abolir las Fuerzas Armadas fue histórica. Es la explicación de no tener golpes de Estado a diferencia de sus vecinos. Le ha significado una ventaja de desarrollo y políticas de estabilidad. Sus elecciones son normales y eso, en particular en América Central, es extraordinario.
De acuerdo con los datos del Tribunal Electoral, hubo una abstención del 42,85%, superior incluso a la de la primera vuelta, que ya había sido entonces un récord. Estaban convocados a las urnas 3,5 millones de costarricenses. Valga recordar que Colombia ha tenido un promedio histórico de abstención por encima del 50%. Menos en 2018 que bajó al 47%.
Los comicios se dieron en un momento en el que el país centroamericano vive una erosión en su economía de bienestar. De acuerdo con una encuesta de la Universidad de Costa Rica, el desempleo y la economía eran las mayores preocupaciones de los costarricenses (29,1% y 17,8%), muy por encima de la corrupción (10,6%), que salpicó a Carlos Alvarado, el presidente que sale del poder, y que redujo a mínimos su popularidad.
El mejor caldo de cultivo para que el discurso de Chaves pelechara. En sus debates de campaña, al igual que en los de Figueres, predominaron los ataques personales. Con el uso de lemas informales como “Me como la bronca”, “Costa Rica no es un país pobre, sino muy mal administrado” o su reiterado deseo de “ordenar la casa” con un cambio, Chaves intentó conectar con la población costarricense cansada de los políticos tradicionales, mediante un discurso directo, de confrontación y a veces visto como prepotente.
“Más que una fiesta electoral, ha sido como una pelea de gallos”, dijo el expresidente Óscar Arias, Nobel de la Paz 1987, a pesar de haber manifestado su apoyo a Figueres, copartidario suyo y adversario interno durante décadas. La pregunta es si Chaves será más del autoritarismo con tintes populistas que se está presentando en el vecindario (con Ortega en Nicaragua y Bukele en El Salvador) o será diferente. Vale recordar que Bukele llegó al poder lanzando acusaciones similares a las de Chaves en Costa Rica. Porque lo que se ha demostrado en estos tiempos es que el populismo, que consiste en ofrecer paraísos imposibles, se da tanto en la izquierda como en la derecha.
Incluso se repiten lemas: Chaves usó el “Hagamos que Costa Rica vuelva a ser el país más feliz del mundo”, similar al “Hagamos que EE.UU. vuelva a ser grande” del expresidente estadounidense Donald Trump.
Chaves cuenta con un alto perfil académico tras obtener un doctorado en Economía en la Universidad de Ohio en Estados Unidos y recibir una beca de la Universidad de Harvard para estudiar temas de pobreza en Asia. Durante casi 30 años, trabajó para el Banco Mundial y llegó a ser nombrado director de su oficina en Indonesia.
El economista de casi 1,90 de estatura, de verbo rabioso, justificó como “chistes” los actos por los que fue sancionado en el organismo internacional antes de renunciar en 2019, sin tener otro trabajo en la mira. Pero la gran polémica sin duda que rodea a la figura de Chaves son las denuncias por acoso sexual que recibió de empleadas del Banco Mundial entre 2008 y 2013, mientras él trabajaba en el organismo, y que le valieron sanciones internas.
Ya reconocido como triunfador se le vio un poco más tranquilo. En su primer mensaje como mandatario electo, imploró la unión y pidió el apoyo de la oposición. Y el derrotado Figueres fue generoso diciendo que su país vive en un “estado de emergencia”, hizo un llamado a la unión e indicó que está disponible para “ayudar a rescatar Costa Rica”.
El candidato perdedor y el triunfador se han acercado y procuran ponerse de acuerdo en una agenda mínima fundamental. Otra prueba de la normalidad de la democracia costarricense.
Habrá que esperar a ver cómo será su estilo de gobierno en un vecindario que ha estado lleno de sorpresas