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Lo que ocurrió en Brasil el domingo pasado a primera vista es un acto copiado, casi se podría decir que mimetizado, del triste espectáculo que se vivió en Estados Unidos hace dos años cuando una masa de vándalos se tomó el Capitolio. En el caso del país vecino, un grupo de radicales, organizados a través de las redes sociales, se lanzó a pedir un golpe de Estado desconociendo los resultados de unas elecciones que, aunque apretadas, hasta ahora se presentan como totalmente legales. Lo sucedido es una muestra más del daño que puede llegar a hacer la propagación de la ira y que muestra la fragilidad de las instituciones en la era de las redes sociales.
El por qué se pasa tan fácilmente de un estado de crispación al asalto de los lugares que simbolizan la democracia de un país bien merece una reflexión. Porque no es un asunto de ideologías de derecha o izquierda ni tampoco es la primera vez que ocurre, lo que pasa es que ahora hay herramientas que contribuyen a que se puedan organizar mejor este tipo de actos vandálicos.
La fórmula parece ser la siguiente: primero, se lleva la polarización al extremo. Luego se empieza a cuestionar los resultados electorales, después se habla de gobiernos ilegítimos, se crea un ambiente de confusión y se acaban tomando las instituciones con el ánimo de subvertir el orden constitucional.
Así como ocurrió en Estados Unidos y ahora en Brasil, o como pasó con los actos vandálicos en Chile y en Colombia, se olvida que la política exige la confrontación de ideas, pero requiere también un pacto mínimo para aceptar la derrota hasta la próxima oportunidad, bien sea en cuatro o cinco años.
Los llamados a la calle o a incendiar el palacio presidencial pasan por la misma línea de desconocer las instituciones del Estado.
¿Y quienes son los protagonistas de estos actos? Fanáticos que con las nuevas tecnologías y las redes sociales ahora tienen más capacidad de transmisión y logran organizarse mejor. O son muy de derechas o muy de izquierdas, no tienen término medio.
Y los envalentona un líder carismático. Al pertenecer a grupos privados en WhatsaApp o Telegram sienten que tienen acceso a una información privilegiada, que ellos sí saben la verdad y que por ende están en capacidad de actuar.
Se ha creado una burbuja que mezcla verdades a medias con mentiras inducidas. Una especie de industria de la falsedad, en la que no importa si los contenidos son ciertos o no, lo que importa es que sean rentables para el político de turno: ya esté en la oposición o esté en el gobierno.
Cuando esos entornos tóxicos se propagan, el asunto crucial para la ciudadanía es quién tiene la credibilidad, y los extremistas de uno y otro lado se saltan el periodismo como filtro entre la política y la sociedad. En ese momento los partidos se convierten en medios de comunicación y ya no hay claridad, porque se mezclan indiscriminadamente intereses particulares con información.
El episodio del fin de semana en Brasilia obedece a esa descripción y emula casi que por completo a lo ocurrido en Washington el 6 de enero del 2021. La versión suramericana afortunadamente no ha tenido muertos - en Estados Unidos hubo cinco - y en cambio tuvo muchos más encarcelados - alrededor de 1.300 -. Días antes, Bolsonaro había corrido a instalarse en una mansión en la Florida, como lo hizo Trump en Palm Beach al perder ante Biden. Ninguno de los dos presidentes concedió la victoria a su rival y luego negaron el traspaso de poder.
No deja de ser paradójico que los lugares atacados por la turba golpista sean precisamente espacios designados para la convivencia y la resolución de las diferencias que esta conlleva. El Parlamento de Brasil sede del legislativo, el palacio de Planalto, sede del ejecutivo y el Tribunal Supremo. Más emblemáticos, imposible.
Vale la pena recordar que la gran mayoría de estos violentos llevaba acampando desde hace dos meses frente a los cuarteles militares en Brasilia pidiendo un golpe de Estado. Tal vez olvidando, o de pronto sin saber por la desinformación de su burbuja, que Brasil vivió bajo dictadura militar desde 1964 hasta 1985. Por ahora, las fuerzas armadas se mantienen fieles al Estado de derecho. Pero el peligro de contagio de estas conductas es alto y ya está probado
Estas campañas de desestabilización obedecen a intereses oscuros de uno y otro lado, no son propiedad de una sola corriente ideológica. Por ello, vale la pena hacerles un seguimiento cuando empiezan a aflorar en las redes, pues no se puede confundir el derecho a la libertad de expresión con la subversión del orden democrático.
Sobre todo, porque siempre suele haber detrás, moviendo los hilos, alguien interesado en quedarse con el poder pisoteando las instituciones. .