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En la última década ha quedado al descubierto una estela de problemas estructurales en Canadá que ponen en entredicho su reputación como refugio de prosperidad.
En el imaginario de todos, Canadá figura como un modelo de estabilidad y calidad de vida: un lugar tranquilo, donde todo es amabilidad, con todo lo bueno de Estados Unidos y nada de lo malo. Sin embargo, esta imagen de un país donde el bienestar abunda contrasta con la realidad: Canadá está enfrentando una crisis económica y política. En la última década ha quedado al descubierto una estela de problemas estructurales que ponen en entredicho su reputación como refugio de prosperidad.
La reciente dimisión de Justin Trudeau como primer ministro es el reflejo más claro de este caos. Tras casi diez años en el poder, el líder liberal se vio forzado a renunciar, marcado por una crisis de liderazgo dentro de su partido, escándalos recurrentes y una creciente oposición conservadora liderada por Pierre Poilievre, el candidato más opcionado para ponerse al frente del gobierno canadiense.
Justin Trudeau, hijo del legendario Pierre Trudeau, llegó al poder en Canadá en 2015 como el rostro renovado de un país deseoso de cambio. Con un carisma contagioso, mensajes de inclusión y un talante progresista, no solo conquistó al electorado, sino que puso a Canadá como referente en temas como la lucha contra el cambio climático.
En política interna, promovió una agenda de defensa de los derechos de las minorías, avanzó en la reconciliación con los pueblos indígenas y consolidó una visión multicultural que fortalecía la identidad canadiense.
Sin embargo, su liderazgo se debilitó por escándalos éticos, decisiones controvertidas y una desconexión creciente con las demandas de su propia base: su aprobación llegó al 20%. Finalmente, la dimisión de Chrystia Freeland, su ministra de Finanzas y aliada clave, fue el golpe definitivo que precipitó su salida.
Se le acusó de interferir políticamente en un proceso judicial para proteger a una influyente empresa canadiense. Lo cual puso en entredicho su compromiso con la transparencia, un pilar fundamental de su imagen pública. Otro golpe significativo fue su enfoque ambiguo hacia la crisis climática. Porque aunque promovió políticas verdes, también aprobó la expansión de oleoductos, generando críticas por su falta de coherencia en la transición energética.
Sin embargo, los problemas económicos que han marcado la última década de Canadá van mucho más allá de la gestión de Trudeau: la economía, ajustada por la inflación y crecimiento poblacional, no ha avanzado desde 2019 y, en términos reales, está al mismo nivel que hace una década.
Hoy en día Canadá es un 30% menos productivo que Estados Unidos, una brecha que se viene acentuando: a pesar de que entre 1991 y 2014 los dos países crecían con la misma tendencia, desde 2015, justo cuando llegó Trudeau, la economía canadiense se quedó rezagada, llevando a que los estadounidenses hayan aumentado su ingreso por habitante un 20% más que los canadienses en apenas 10 años.
Un factor clave detrás de este bajo desempeño es la insuficiente inversión empresarial. Las empresas canadienses invierten la mitad por trabajador en comparación con sus pares estadounidenses. Además, cuando sí invierten, la mayoría de los recursos se destinan a construcción y bienes raíces, dejando de lado áreas más productivas como la tecnología.
El panorama se complica aún más con las barreras que afectan la competitividad de Canadá. Según el Fondo Monetario Internacional, las diferencias regulatorias entre provincias equivalen a un arancel promedio del 20%, obstaculizando el comercio y la inversión. Además, los retrasos en la aprobación de proyectos y la burocracia excesiva han hecho que Canadá se sitúe en el puesto 188 de 208 economías en tiempos para obtener permisos de construcción.
La crisis de vivienda ha intensificado el malestar económico. Aunque Canadá ha recibido más de siete millones de inmigrantes en los últimos 20 años, muchos de ellos altamente capacitados, no ha logrado integrarlos efectivamente en su economía ni generar una oferta de vivienda adecuada para absorber este crecimiento poblacional. Como resultado, los precios de la vivienda en las principales ciudades canadienses se encuentran entre los más altos del mundo, debilitando significativamente la capacidad adquisitiva de sus ciudadanos.
El futuro inmediato de Canadá está lleno de incertidumbre. Con elecciones anticipadas este año, el conservador Pierre Poilievre lidera las encuestas con propuestas populistas que prometen revertir muchas de las políticas progresistas de Trudeau.
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, en medio de declaraciones destempladas que sugieren que Canadá debería ser el estado número 51 de su país, trae consigo amenazas como aranceles de hasta el 25% a las exportaciones canadienses, que podrían reducir el PIB en un 2.6% y llevar a la economía a una recesión.
Canadá enfrenta el difícil reto de superar su “década perdida”. Trudeau, que hace 10 años representaba el optimismo y la modernidad se ha convertido, para muchos, en un político tradicional más, atrapado en los compromisos y contradicciones del poder. Las promesas incumplidas, como una reconciliación genuina con los indígenas y una acción climática decidida, han amplificado el desencanto.
El fenómeno Trudeau deja lecciones sobre el exceso de confianza en la imagen personal como motor político. Si bien su carisma fue esencial para su ascenso, su incapacidad para sostener una coherencia ética y programática lo convirtió en blanco de las críticas.