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Hagamos otra pregunta

La ciudadanía es una especie de jefe a la que debe responder el presidente. ¿Qué pasaría en una empresa en la que un empleado falta 100 veces a sus compromisos en un año?

08 de noviembre de 2023
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  • Hagamos otra pregunta

Ha sido curiosa la reacción del país sobre la pregunta que formuló la periodista María Jimena Duzán en su columna en la que le pide al Presidente de la República que por favor revele si sufre de algún tipo de adicción.

Algunos salieron a decir que era una violación al derecho a la intimidad del mandatario y ese reclamo sin duda da para un interesante debate filosófico. En esa línea, podemos partir de una pregunta para avanzar en la discusión: ¿hasta qué punto la salud de quien ejerce la Presidencia es un asunto de interés público?

Sí respondemos que sí, que la salud del presidente es de interés público, entonces tenemos que aceptar que la pregunta de Duzán es válida. Toda vez que si en efecto Gustavo Petro sufre de una adicción estamos hablando de una enfermedad y por ende, en una democracia, es un derecho de los ciudadanos saberlo.

Entre otras cosas, porque no necesariamente una adicción lo inhabilita para ejercer sus funciones. De hecho, un personaje como Winston Churchill hablaba abiertamente de su dependencia al alcohol. “No podría vivir sin champán. En la victoria lo merezco. En la derrota lo necesito”, reconoció en una ocasión.

En su momento, el entonces presidente Juan Manuel Santos informó oportunamente de una operación a la que iba a ser sometido. Y el gesto fue recibido como un avance en nuestra democracia. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hace 30 años, los entonces mandamases de la Casa de Nariño decidieron ocultar el alzheimer que sufría el presidente Virgilio Barco.

Partamos así de la premisa de que es válida la pregunta de Duzán. Tal vez el debate sobre la intimidad se puede resolver reformulando la pregunta ya planteada al presidente, y sería ¿por qué se pierde tanto Petro? (De hecho, ya el 2 de julio de este año, en este mismo espacio, nos habíamos hecho la pregunta por las ausencias y desapariciones del Presidente).

Porque en últimas lo que realmente queremos los ciudadanos es que el presidente nos dé una explicación sobre por qué a un año y dos meses de estar ejerciendo el cargo ha incumplido o ha llegado tarde a más de cien compromisos. No es normal ni podemos seguir cubriéndonos los ojos: algo pasa, y es algo sistemático.

Es decir, si el presidente Petro tuviera algún problema de dependencia y ello no afectara el ejercicio de sus funciones, nadie le estaría haciendo estas preguntas. Pero el interrogante surge porque el país está siendo testigo de extrañas e inexplicables ausencias del jefe de Estado que lo hacen fallar en el cumplimiento de sus deberes.

Para la pregunta todavía no hay respuesta, pues lo que siguió a la columna responde muy claramente al modus operandi del gobierno: una respuesta presidencial, que no se sabe si es oficial o no, medio burlesca y poco seria, como cuando frente a las graves revelaciones hechas por su hijo Nicolás respondió con una foto en la que se reía acompañado de una de sus hijas. En esta ocasión se limitó a decir que es adicto al café. Funcionarios como el embajador Roy Barreras, o ex funcionarios como la ex ministra Carolina Corcho, dejaron largos mensajes descalificando la versión de la periodista.

Y ni qué decir de lo más aproximado a una explicación que ha ofrecido el protagonista de los hechos, quien en entrevista con Daniel Coronell y Federico Gómez Lara afirmó que todo se debe a que otros le manejan su agenda y qué a él se le dificultan las agendas hechas con criterio “occidental”.

Desde la teoría política, el Presidente de la República es un servidor público elegido por el voto popular y por ende la ciudadanía es una especie de jefe a la que debe responder. ¿Qué pasaría en una empresa en la que un empleado falta 100 veces a sus compromisos en un año?

Aquí no coqueteamos con la idea de que eventualmente el presidente pueda ser declarado no apto para gobernar, o cualquier otra fantasía de ese estilo. Nadie aquí quisiera que Colombia siga la suerte de países de la región que, por tener reglas demasiado laxas sobre la estabilidad gubernamental, o por aplicar esas reglas de manera demasiado ambigua, terminan sumidos en la inestabilidad permanente.

La estabilidad ha sido, en medio de todo, un patrimonio de este país: la estabilidad es necesaria para la buena conducción de la vida civil, para que haya un buen ambiente para las inversiones y los negocios.

Aquí hemos sido muy críticos de varias políticas del presidente Petro, pero preferimos seguir en el trabajo de crítica constructiva y ayudar, como opinión pública que somos, a que el presidente culmine su período constitucional y que sus políticas mejoren. Y ojalá eso pase por zafarse de la única adicción que parece efectivamente tener el mandatario: una adicción a ideologías inflexibles y anquilosadas. Si logra zafarse de ellas, todos los celebraremos y le ayudaremos a corregir el rumbo. Como hemos dicho varias veces, todavía se puede.

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