La pluma y las teclas usadas con templanza por Guillermo Cano Isaza aún trazan rumbos en la conciencia de Colombia. 30 años después de ser asesinado por sicarios del narcotráfico, su valentía -sin temeridades- y su entereza profesional inspiran la lucha inacabada que mantiene la nación contra la ilegalidad y las mafias.
La imagen de su pulcritud periodística y ciudadana podría resumirse tanto en sus columnas y editoriales como en su manera de ser sin artilugios y de un compromiso social difícil de comparar, en el rango de quien fuera reportero, editor y director en el diario El Espectador.
“A este país lo que verdaderamente le está haciendo falta no es plata (...) sino una profunda reconquista de la moral en el sector público y en el sector privado (...) Estamos presenciando el crecimiento de una generación sin fronteras morales, sin valores ni principios éticos”. Así escribía en los ochenta el colega capaz de ser una voz incómoda, a veces solitaria y honda, en un país atemorizado o corrompido por el narcotráfico: “Hay que decirle a la mafia: ¡ni un paso más!”.
Sus líneas permiten comprender la profundidad de la labor frente a los periodistas que formó o ante los que dejó un legado imperecedero. El reportero Rodolfo Rodríguez, el primero en auxiliar a Cano Isaza tras ser atacado la noche del 17 de diciembre de 1986, lo dibuja: “Era, don Guillermo, un periodista de conducta trasparente y valiente, que amaba a Colombia y a su gente y los actos de quienes violaban la seguridad del pueblo, no quedaban impunes”.
Es oportuno apoyarse en la figura y la memoria de Cano para aparejar a ellas otros tantos ataques y amenazas que sufrió la prensa en Colombia durante las tres últimas décadas: la bomba en las afueras de El Colombiano en el centro de Medellín (10/03/88), el atentado dinamitero a El Espectador (02/09/89) y el carrobomba al exdirector de El Colombiano y exalcalde Juan Gómez Martínez (16/12/96). También el terrorismo contra Radio Caracol en las sedes de Medellín y Bogotá. Brutalidad sin rodeos contra el periodismo y los periodistas. Mensajes inequívocos de intimidación y censura.
En la muerte de Guillermo Cano, en sus frases que intentaban sacudir a una sociedad petrificada por las balas de los carteles o deshumanizada por sus billetes y sus muecas de ostentación, se descubren las marcas de una época en la que la estructura de la nación se vio carcomida por ese fenómeno, desde sus bases hasta las azoteas del poder.
Y hoy como ayer, aquella tarea irremplazable de la prensa, su deber de actuar con independencia y crítica frente a tantos agentes transmisores de descomposición social, tiene pertinencia, tiene vigencia en su contrato social con la verdad y el bien común. Por eso recordar a Cano Isaza y a quienes han sido capaces de emularlo con decoro, es reiterarnos que no se puede claudicar en una Colombia que dista de ser la que él proponía en su libreta, en sus cuartillas.
Un informe internacional de esta semana confirma que Colombia sigue entre los países más peligrosos del hemisferio para ejercer el periodismo. Evocar a Guillermo Cano y el martirologio de los colegas asesinados, antes o después de él, recarga de compromiso sus lecciones. A las redes de narcotráfico, corrupción y violencia que entrampan a la Colombia actual debemos decirles ¡ni un paso más! Para llenarnos de valor, se puede evocar a ese hombre abaleado hace 30 años cuando, tras cerrar la edición de su periódico, regresaba a casa con las convicciones intactas y la satisfacción de un periodismo que le servía al país.