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Francia se tambalea

Francia tiene una historia de grandeza incuestionable, pero detrás se esconde un país con carencias que no ha querido enfrentar el costo real que conlleva su estado de bienestar.

hace 16 horas
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  • Francia se tambalea

Francia está conmocionada y estupefacta desde hace mucho tiempo, pero las últimas semanas ha recibido dos golpes que son una metáfora de la crisis en la que vive. El ingreso en prisión del expresidente Nicolás Sarcozy y el robo de las joyas de la corona en el museo del Louvre han tocado el orgullo nacional en medio de la hecatombe política, económica y social que afronta.

En menos de dos años, Francia ha tenido cinco primeros ministros, un récord político que en Europa ni siquiera ha llegado a superar Italia, país de continuos cambios de gobierno y de partidos desde la Segunda Guerra Mundial. Pero tal vez la preocupación más grande, la granada que puede estallarles en la cara en cualquier momento, es el costo del servicio de la deuda nacional. Se estima que este año llegará a los $78.683 millones de dólares, una cifra que ahora consume más dinero que todos los ministerios del gobierno, excepto los de Educación y Defensa. Y lo que se atisba en el horizonte es peor aún. Se prevé que a finales de la década alcanzará los $117.439 millones de dólares al año. Todo esto para una deuda de 3.4 billones de dólares, que equivale al 114% del Producto Interior Bruto (PIB).

Sin embargo, o tal vez por eso mismo, ningún partido quiere tomar las medidas necesarias para evitar semejante debacle, pues todas son irremediablemente impopulares. Nadie quiere pagar el costo de las reformas que deben hacerse. Se podría decir que desde hace más de cincuenta años, cada gobierno que ha pasado por el Elíseo, sin importar si era de izquierda o de derecha, ha utilizado el gasto público para calmar el descontento y conseguir la paz social de manera temporal. Así han podido mantener su famoso e idílico estado de bienestar que ahora hace aguas.

Y a esta verdad hay que sumarle el fenómeno del macronismo, que es esa forma casi desideologizada de hacer política, muy pragmático y liberal en lo económico, aderezado con algunos toques progresistas en lo social. En un país con una cultura parlamentaria de consenso, el estilo presidencialista de Emmanuel Macron y su resistencia a compartir el poder han entorpecido cualquier posibilidad de formar coaliciones.

Un ejemplo claro de ello, y tal vez el origen de esta situación caótica, fue la desastrosa disolución de la Asamblea Nacional que Macron decretó a mediados del año pasado. En lugar de crear una base más sólida para gobernar, el nuevo Parlamento quedó dividido en tres bloques: el centro, la izquierda y la extrema derecha. Esto dio como resultado que ningún grupo por sí solo puede formar un gobierno funcional, ya que los otros dos siempre se unen en su contra. Así pues, el centro quedó debilitado, la polarización se acentuó y la extrema derecha de Le Pen y la izquierda radical de La Francia Insumisa se frotan las manos esperando su momento.

Y es en este preocupante escenario de desgobierno donde se han dado los dos últimos golpes a la imagen y el orgullo franceses. Por un lado, la condena de cinco años por conspiración para financiar campañas electorales a Nicolás Sarkozy. Es el primer dirigente francés en prisión desde Philippe Pétain, el mariscal colaboracionista nazi que fue encarcelado después de la Segunda Guerra Mundial. Y aunque sus abogados ya solicitaron su libertad provisional, y es posible que pase la Navidad en su casa, no deja de ser un hecho insólito.

Por el otro lado, el robo en el Museo del Louvre que dejó a la ciudadanía pasmada. Aunque ya ha habido varias detenciones, todo el mundo se pregunta cómo cuatro ladrones, en siete minutos y con unos medios tan básicos como un elevador y una sierra radial, pudieron dejar en ridículo las medidas de seguridad del museo más importante del país y la escasa, por no decir nula, protección de que dispone en muchos casos el inmenso patrimonio histórico y artístico francés.

Francia tiene una historia de grandeza incuestionable, pero detrás de ella se esconde un país con muchas carencias que no ha querido enfrentar el costo real que conlleva su estado de bienestar. Ahora ha llegado a un punto de inflexión histórico. Al gobierno de Macron le queda año y medio, fuerzas extremas luchan por el poder y la sensación de impotencia se ha apoderado de los ciudadanos. Ojalá que las fortalezas que le son inherentes a esta gran nación, su riqueza, su infraestructura y la resiliencia de sus instituciones, les permitan a todos superar semejante crisis. .

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