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La conclusión de Waldenström es contundente: si queremos igualdad, debemos centrarnos en cómo impulsar a los de abajo, y no en desestabilizar a los de arriba.
La desigualdad no es solo una encrucijada para muchas sociedades. La desigualdad también es usada como caballito de batalla en campañas políticas o para sostener a gobernantes. El presidente Gustavo Petro, por ejemplo, ha dicho en más de una ocasión: “Colombia es el país más desigual socialmente de toda la tierra”.
Una frase tremendamente preocupante, pero hay que decir que no es exacta. Es cierto que en el informe del Banco Mundial sobre el índice Gini, que mide el nivel de desigualdad, aparece Colombia de primero. Pero allí se miden solo 94 países de los casi 200 que existen. En la tabla no aparecen Arabia Saudita, Qatar, Tanzania, Angola, Afganistán, Lesoto, Liberia, Sudán, por mencionar tan solo unos cuantos. Con lo cual es difícil hacer la afirmación de que Colombia es la campeona.
Si a eso le sumamos, como lo registró La Silla Vacía, que en Colombia el 1% más rico posee el 33,4% de la riqueza, en Brasil la cifra era del 48,7%; en Chile del 49,8%, en México del 47,9% y en Sudáfrica el 54,9%. Ni tampoco se puede desconocer que en muchas ciudades del país hay cobertura casi universal de agua potable, luz eléctrica y gas, educación y atención en salud, al menos hasta hace poco.
Tenemos todavía mucho que aprender en materia de desigualdad. Incluso hay teóricos que están planteando nuevas formas de abordar este asunto. El sueco Daniel Waldenström, autor de Ricos y más iguales: una nueva historia de la riqueza en Occidente, sostiene que el siglo XXI es un período mucho más igualitario para el mundo occidental, la primera mitad del siglo XX. Y que la riqueza de los hogares en general ha aumentado hasta niveles inimaginables, mientras que los indicadores de bienestar como la esperanza de vida o las posibilidades de consumo han mejorado de forma generalizada.
Sin embargo, algunos intentan seguir instalando una narrativa pesimista porque alimenta una lucha de clases, podría decirse ficticia en la medida en que describe otros momentos de la historia, pero no el actual.
Como apuntó nuestro columnista Javier Mejía Cubillos, la izquierda populista de América Latina busca generar indignación permanente: “esa narrativa—en la que los pobres son pobres porque los ricos les arrebatan diariamente su riqueza—genera un electorado deseoso por políticos fuertes que aprieten a los ricos y les transfieran su riqueza a los pobres”.
Y pone el dedo en la llaga: “Aquellos políticos, sin embargo, no tienen ningún incentivo en ofrecer oportunidades de enriquecimiento a los pobres, porque la base de su electorado justamente se compone de quienes no tienen riqueza”.
Lo que ha vivido Colombia en estos años de gobierno del Pacto Histórico da prueba de ello. La eliminación de la política de subsidios de vivienda que dejó a muchos con la ilusión de ser propietarios, la insistencia en su reforma a la salud que ha hecho perder a los más pobres acceso a la salud y el encarecimiento de la contratación formal de trabajadores que va a promover más informalidad y menos beneficios laborales.
Waldenström va por esa misma línea cuando explica que los partidos de centro izquierda han comprendido que la desigualdad es importante. Mientras que el problema con otros grupos de la sociedad, especialmente los de centro-derecha, es que nunca hablan de la desigualdad y eso los hace percibir como ajenos a la realidad.
Si la economía en crecimiento es como una escalera mecánica, eso significa que todos los que están en ella se van a beneficiar de ese crecimiento. La realidad muestra que a nivel global, las tasas de pobreza están disminuyendo y en los últimos 20 años se han reducido a la mitad. Tendríamos que pensar en premiar la generación de riqueza y ofrecerles más oportunidades a las personas del común para hacer parte de ese proceso.
La gran diferencia de este momento con respecto a cualquier período anterior, es que a través de los impuestos hay redistribución de los recursos, tanto en los países ricos, como en los países de ingresos medios. Actualmente se obtiene entre el 30% y el 45% del PIB en ingresos fiscales anuales, frente al 5% o el 10% de hace cien años.
La conclusión de Waldenström es contundente: si queremos igualdad, debemos centrarnos en cómo impulsar a los de abajo, y no en desestabilizar a los de arriba. Intentar aplicar teorías del pasado a momentos de la realidad que son muy diferentes no solo es anacrónico sino irresponsable. Los sistemas de bienestar se dan cuando la riqueza se distribuye a través de impuestos justos y cuando el acceso a la educación de calidad es igualitario. El palabrerío ideológico y el fomento de la pugna social social o racial nos pueden alejar cada vez más de la escalera mecánica.