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El Metro: un retrato de Petro

La terquedad de Petro revela rasgos de su personalidad que pueden llegar a ser complicados para el bienestar del país.

10 de febrero de 2023
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Si se fuera a hacer un estudio de caso del gobierno de Gustavo Petro tal vez el tema del Metro de Bogotá podría ser el más rico en detalles para entender el talante y la manera de proceder del gobernante.

Ya han pasado más de tres años desde cuando un consorcio chino se ganó la construcción del metro elevado de la capital y de repente, ahora, el presidente de la República sale a decir que no sigan por donde van porque hay un cambio de planes y la obra va a ser otra.

El cambio es a todas luces descabellado. En Colombia la Ley 80 no permite hacer una transformación de ese tipo en una obra en ejecución. Una vez abierta esa caja de Pandora de los líos legales no se sabe nunca cuándo vuelve a andar la obra: quedará suspendida en el espacio-tiempo del Macondo legal quién sabe hasta cuándo.

En el mejor de los casos, el Estado colombiano podría pasarse 5 o 10 años en tribunales tratando de remediar el deseo -por no decir, capricho- del gobernante. ¿Qué pasará con las calles de Bogotá, esperando con sus venas abiertas, un cambio en el contrato? Que alguien por favor lleve al presidente Petro a recorrer la Ruta del Sol y verá cómo la ha afectado el haber liquidado el contrato con Odebrecht, en una obra que ya está construida.

Por no hablar de cuánto más costaría. Los chinos, a pedido de Petro, le plantearon cinco escenarios económicos, y la conclusión es que el antojo valdría de 7 a 17 billones de pesos más, es decir, se podría llevar casi una reforma tributaria. A los chinos por supuesto no les fue bien porque no le dijeron a Petro lo que él quería oír.

El presidente entonces ha decidido que va a hablar con los chinos en la China para ver si con ellos sí se entiende. Entre otras cosas, el presidente está convencido de que los chinos van a estar tan interesados en construir el tren elevado entre Buenaventura y Barranquilla, que hasta le pueden dar de ñapa el cambio en el metro. Pero esa es otra historia.

Más allá de lo que puede convertirse en un gran descalabro que implicaría aplazar la ilusión de los habitantes de Bogotá de tener un sistema de transporte pesado que les ayude a aliviar esa tortura gota a gota que son los tacos de Bogotá, la terquedad de Petro revela rasgos de su personalidad que pueden llegar a ser complicados para el bienestar del país.

En particular, lo que recientemente estudiosos han catalogado como el síndrome de Hubris, que se refiere a quienes en un alto cargo desarrollan una arrogancia extrema, una confianza excesiva en sí mismos, junto con unas formas despectivas de comportamiento que los lleva “a comportarse de manera impulsiva, pudiendo llegar a ser incluso destructivos”.

No de otra manera se puede explicar esa insistencia en que sí y solo sí el metro de Bogotá puede ser subterráneo. Hay quienes tratando de encontrar un punto medio le han preguntado: ¿Por qué no termina este tramo como ya está planeado y adiciona otros kilómetros subterráneos? ¿O por qué no deja como está planteada la primera línea elevada y la segunda diseñada por Claudia López subterránea?

El capricho de Petro es más evidente teniendo en cuenta que en muchas ciudades del mundo hay tramos elevados y tramos subterráneos del metro. El de Medellín, por ejemplo, es elevado y ha sido por muchos años solución modelo de transporte.

Petro parece ver el mundo en blanco y negro y quiere evitar a toda costa que un proyecto promovido por quienes él considera sus enemigos triunfe. Si eso implica afectar el bienestar de la gente no parece importar. El caso del Trasmilenio en Bogotá es prueba de ello: en su Alcaldía intentó echarlo a perder, al punto de que lo dejó con un déficit imposible de recuperar y con buses que parecían chimeneas ambulantes. El presidente Petro parece que no supera el hecho de que el metro que se va a hacer en Bogotá es el que dejó diseñado el exalcalde Enrique Peñalosa.

Todo político que llega a la Presidencia de la República busca dejar un legado. En particular aquellos que tienen tan alta percepción de sí mismos que los lleva a considerar que su nombre debe quedar registrado en letras de molde en la historia. “Yo quisiera que la historia me recordara como el hombre que hizo la paz en Colombia”, decía en su momento, por ejemplo, Juan Manuel Santos. Pero muchas veces las cosas salen al contrario y la historia termina recordándolos no por lo bueno que hicieron sino por lo malo que propiciaron. Gustavo Petro está corriendo un alto riesgo de pasar a la historia como el presidente que dejó a Bogotá sin metro. Su propuesta de ponerlo bajo tierra puede terminar enterrándolo

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