A un país de vértigos y sobresaltos le cae bien una figura que tenga la capacidad del reposo y la racionalidad. En una sociedad de tantas polaridades es beneficioso encontrar a un hombre que no las acentúe y que pueda servir de puente para recuperar energías colectivas. Donde han campeado los conflictos, en especial armados, es útil tener a un servidor que conozca las lógicas de la guerra y que, por ello, tenga el tacto para alentar la convivencia y el orden.
El general Óscar Adolfo Naranjo Trujillo fue elegido para reemplazar, en un par de semanas, al vicepresidente Germán Vargas Lleras, quien enfilará baterías en su lucha por las elecciones presidenciales 2018. Sin sobredimensionar el anuncio, ni anticiparse a los resultados de su gestión, es posible afirmar que no se trata de un nombramiento problemático, controversial.
Lo primero es advertir que Naranjo llegará al cargo por fuera del sistema de cuotas de partidos y movimientos políticos. ¿Bueno, malo? Sus méritos se basan en el historial de los indicadores de gestión como director de la Policía, cargo en el que alcanzó objetivos valiosos en la lucha contra el crimen organizado: en las operaciones antinarcóticos y en el apoyo sólido que fue para combatir una subversión con frecuencia entreverada con los carteles de la droga. Así que su llegada a la Vicepresidencia la anteceden los caros servicios prestados al país.
En años de contacto con esta casa periodística, es conocido el interés que tuvo el general por formarse en materias tan disímiles, pero complementarias como los derechos humanos y la inteligencia policial. Invitado permanente a los grupos de trabajo promovidos por el gobierno de Estados Unidos para analizar la lucha antidrogas y el crimen organizado, el conflicto colombiano y la exploración de salidas políticas y la construcción de la paz.
Ello dice de la imagen internacional del general Naranjo, también asesor en su momento del gobierno mexicano en temas de narcotráfico y una voz respetada en Washington, para hablar sobre lucha antidrogas.
Aunque no tan fogueado en los tinglados y los directorios políticos, Naranjo conoce el país, la fenomenología de su conflicto, desde los cuarteles generales de inteligencia en Bogotá hasta los lugares recónditos, techados de selva, donde aterrizan los helicópteros de la Policía Nacional, para chocar con las estructuras criminales y, al tiempo, oír las quejas y necesidades de comunidades periféricas.
En un país de innegables polaridades en el poder, desde el Palacio de Nariño hasta las curules de la oposición, el general tiene “licencia para dialogar”. Es escuchado, apreciado y respetado, porque su solo carácter está bien vacunado contra las virulencias. En él sobresalen el equilibrio en las apreciaciones y la decencia en el trato con las personas.
Es una fórmula vicepresidencial interesante, retadora, incluso para él mismo, porque enfrentará el posconflicto con las Farc y el debate político que prologará unas elecciones intensas, después de 15 años cruzados por las presidencias y los chisporroteos ideológicos y personales de dos figuras como Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez, ambos tan cercanos a su historial público y sus ejecutorias.
A propósito del papel que tuvo como negociador en la mesa en Cuba, Naranjo deberá cuidar que la implementación de los acuerdos no vulnere el modelo democrático, las leyes y la Constitución que ha defendido como Policía y civil. Tendrá que velar por el respeto a los derechos humanos y jurídicos de las víctimas, todas.
Que su paso por este cargo, que puede resultar inane o protagónico, según quien lo ejerza, le permita recibir la condecoración más satisfactoria: la de una ciudadanía agradecida por su tarea fecunda en la Vicepresidencia.