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Drogas e hijos

La adicción a las drogas en Medellín crece. Es un hecho. ¿Cómo podemos proteger y alentar a nuestros niños para que crezcan lejos de ese influjo tan destructivo? Hay algo: se llama familia.

17 de abril de 2016
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Infográfico
Drogas e hijos

Siempre hay niños en todas partes. Escondidos bajo las piedras o pateando un balón. Alegres o tristes. Siempre rodeados de afecto y regalos o agobiados por una soledad que no encaja con la pureza de su sonrisa. ¿Quién puede estar en el instante adecuado, hablarles, escucharlos, dejarlos ser? Es su familia. Allá afuera, en la calle, en la vida cotidiana, hay ofertas de todo tipo esperándolos. Hay que lograr, luchar, porque ellos salgan a la calle con una idea clara de lo que desean. Y un asunto fundamental es que vayan al exterior llenos de amor, de comprensión, de seguridad en sí mismos. Así sabrán escoger entre lo que les conviene y lo que no.

Podrán preguntar, podrán decir NO sin sonrojarse. Podrán regresar a casa, pensarlo dos veces y, tal vez, hablar con sus padres. Compartir esas experiencias y entender cuáles les convienen y cuáles no.

Para eso no se necesita dinero. No se necesita la ilustración de la academia o el orgullo de un título profesional. Se requiere amor, diálogo, paciencia, capacidad de escuchar a ese ser que apenas empieza a florecer y no sabe los tiempos de sequía y de tormentas que lo van a rodear.

Ahora sí, padres, tíos, abuelos, hermanos, amigos, a lo que vinimos: Medellín tiene hoy 227 mil adictos a las drogas ilegales. Supera a Bogotá, que registra 197 mil y triplica a esta ciudad en población. Surge una pregunta obligada: ¿esta ciudad de tristes y despreciables tiempos del tráfico de drogas ahora las ingiere? Sí. La respuesta es sí.

¿Y qué estamos haciendo con este problema que empieza a consumir nuestras horas, nuestras energías, nuestros muchachos, nuestras esperanzas de que ellos, esos chicos que adoramos, no queden atrapados por esa falsa sensación de bienestar y éxtasis?

No puede creerse Medellín, que ha combatido por tantos años el narcotráfico, que ahora está sana, impoluta, cuando las estadísticas de consumo de drogas le son tan adversas, tan preocupantes. Hay una canción del Caribe que resume esta tragedia de la drogadicción en una frase: “no se puede creer en la caína”.

Ni en los falsos palacios de mármol que labra, ni en las conciencias movedizas que corrompe, ni en la euforia de una juventud que no encuentra respuestas para trazar un camino y no sabe adónde va.

Podemos gastar líneas y líneas hablando de cifras, de estadísticas y de maneras de atender el problema. De estrategias municipales, oficiales, de campañas contra las drogas, pero si nuestros jóvenes no encuentran los valores indicados, los que pueden permitirles la conciencia necesaria para decir NO, entonces estaremos derrotados.

Derrotados como tantas sociedades que creen que un firme policía por cuadra evitará que esos muchachos experimenten... y se equivoquen.

En Medellín y su área metropolitana, por ejemplo, hay, según un estudio del Observatorio de Drogas de Colombia, 48.909 consumidores de cocaína. Pero hay marihuana, basuco, drogas sintéticas y demás. Entonces, ¿dónde está el enemigo? Donde una sociedad es responsable de descuidar su atención, su amor, su acompañamiento, su protección de los niños y jóvenes. La formación de individuos con una sicología fuerte, consciente, autónoma.

Hablar de las drogas siempre es hablar de cifras: de los que se enriquecen con ese mercado dañino y de los que sufren en sus vidas esa tragedia. Por eso hoy la invitación es a que miremos cómo podemos prevenir ese infierno.

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