En su más reciente edición, la revista Semana hace referencia al trabajo de investigación conjunto entre el Centro Nacional de Consultoría (CNC) y la Facultad de Ingeniería de la Universidad de los Andes, para hacer previsiones sobre cuál será el efecto de la polarización y de la radicalización políticas en las elecciones presidenciales de 2022.
El informe hace referencia a que se trata de un “modelo de agentes”, con “enfoque distinto al de las encuestas convencionales”, cuyo análisis se sustenta en la forma de pensar de los votantes.
Algunas de las ideas que adelanta la revista son estas: “El modelo de agentes desarrollado por el CNC arroja una conclusión tan interesante como preocupante: en las próximas elecciones triunfará el candidato que logre radicalizar a un alto porcentaje de sus adeptos. Es decir, la polarización volverá a ser el factor determinante”. Y más adelante especifica que “para ganar elecciones en Colombia, en este momento, no importa convencer a la mayoría, sino encontrar la forma de aumentar la proporción de personas inflexibles de su lado”.
Será interesante ver los alcances del estudio y profundizar en sus postulados metodológicos y teóricos, independientemente de que la realidad del ejercicio político, no solo en Colombia, ratifique que la pugna por el poder está consolidando un proselitismo y una militancia electoral como campos minados, altamente tóxicos y que generan hastío y alejamiento de la política, por un lado, pero una radicalización y beligerancia extrema, por el otro.
Es un fenómeno del cual han dado cuenta ensayos filosóficos, políticos y sociológicos de intelectuales del mundo entero. Que denuncian la degradación de la política, la contaminación de los debates -o su anulación directamente-, la exacerbación de odios, la minusvaloración de la ciudadanía, la utilización de las instituciones y su deslegitimación derivada de la desviación de sus objetivos en aras de alcanzar propósitos individuales de los líderes radicales.
Un repaso a la actualidad mundial contemporánea refleja que es una tendencia en muchos sistemas políticos, desde las democracias más probadas hasta los regímenes incipientes en su aplicación de los pilares constitucionales. Las elecciones en Estados Unidos -y eso que es un sistema básicamente bipartidista- ponen de presente, sobre todo en las tácticas y estrategias del presidente Trump y buena parte del partido republicano, las formas de política radicalizadas y desprovistas de los límites de una tradición de códigos mínimos de respeto a los contrincantes.
En Reino Unido, Francia, España, Argentina, Chile, entre otros, políticos de variadas tendencias parecen huir de posiciones moderadas para ubicarse en extremos y así movilizar electorado.
En Colombia estamos en eso desde hace varios años. Estigmatizaciones que recrudecieron al dividir el país artificiosamente entre “amigos” y “enemigos de la paz”. Y que se manifiesta en un constante bombardeo de mensajes en redes sociales donde el espacio a la sensatez y a la racionalidad se asfixia para abrirle paso a la simplificación del argumento, el insulto, la calumnia sistemática, la injuria a quien no comparte la visión de quien quiere imponer su concepción de la realidad. Es la apuesta por destruir la convivencia ciudadana por perseguir un triunfo electoral.
Los ciudadanos, no obstante, siguen teniendo a su alcance atajar y detener esta espiral de insania política