En 1945 terminó la acción militar de la Segunda Guerra Mundial. Sus efectos devastadores continuarían muchos años más, ya esta vez no con ofensivas de aviación, infantería y marina de guerra, sino con la acción político-ideológica contrapuesta de las dos grandes potencias: la Guerra Fría. Dividido el mundo en bloques ideológicos y controlados mutuamente mediante la contención nuclear, dejaron partida en dos a Alemania, una de las potencias perdedoras de las dos guerras mundiales.
En 1949 se funda la República Democrática Alemana (RDA), bajo la órbita del comunismo soviético. En tanto la otra Alemania, la Federal (RFA), verdaderamente democrática, iniciaba su imparable recuperación y la reparación de las hondas heridas del nazismo, la RDA se encerraba para aislarse bajo las pautas del más duro estalinismo.
Y los regímenes totalitarios siempre ven como una amenaza el sistema de libertades públicas. El que fomenta el pluralismo político, la libertad de expresión, que estimula la iniciativa privada, la libertad de empresa, el libre desarrollo de la personalidad.
Por eso, con la República Federal Alemana al lado, avanzando y progresando, la Alemania comunista no tuvo mayor ocurrencia, a partir del 13 de agosto de 1961, que levantar una muralla de cemento para aislar a sus habitantes del “fascismo occidental”: el nefasto Muro de Berlín.
Dividida no solo la histórica capital alemana sino la propia concepción del mundo, los alemanes del Este quedaron a merced de un régimen totalitario donde lo cotidiano era el espionaje, la delación, los seguimientos, el control absoluto de la vida privada por parte de la policía secreta (la temible Stasi). Se calcula que 132 personas murieron saltando hacia la libertad en los 28 años que duró en pie el muro. Los soldados tenían orden de fusilar en el acto a quien intentara saltar las barreras.
La RDA subsistía en tanto tuviera el amparo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Allí, en 1985, hubo un relevo generacional de la cúpula gubernamental que permitió la llegada de Mijaíl Gorbachov. En tanto, Ronald Reagan en Estados Unidos, Margareth Thatcher en el Reino Unido y, sin tropas pero pleno de autoridad moral, Juan Pablo II desde el Vaticano, conocedor como nadie de las entrañas de los regímenes totalitarios de Europa del Este, tejían pacientemente pero con decisión un renovado mensaje de libertad.
Fue Reagan, meses antes de que cayera el muro, hoy hace 25 años, quien desde Berlín Oeste emplazó a Gorbachov a derribarlo. Lo retó a actuar con valentía. Cuando la ola de libertad fue irrefrenable, el dirigente soviético optó por no detenerla, y dejar que la fuerza desatada siguiera su rumbo. Eso le asegura su lugar en la historia.
Hace 25 años el mundo respiró hondo y asistió con pasmo, pero con ilusión, a una nueva era. Un símbolo ominoso del totalitarismo caía a pedazos, derribado por la gente. No todas las esperanzas se han hecho realidad, pero el gesto de libertad nadie podrá borrarlo.
Estos días, varios dirigentes han pedido a los colombianos acoger el mensaje de reconciliación alemana de hace 25 años. Es positivo hacerlo. Como realista es exigir que quienes, por ejercer la violencia y la barbarie, no se han dado cuenta, 25 años después, que el régimen totalitario ya no es posible, razonen por fin y dejen en paz a una sociedad que sí lleva décadas intentando construir un mejor sistema democrático.