Una semana después del inicio de la cumbre COP26 en Glasgow, y cuando comienza la semana definitiva, se percibe en el ambiente un cierto aire de decepción. Tal vez porque las expectativas eran muy altas o quizá porque se siente con más fuerza la presión de la realidad medioambiental en la que estamos sumidos.
O también por el protagonismo de figuras como Greta Thunberg, que, con su activismo característico, ya calificó la Cumbre como un fracaso. Lo que sí es cierto es que algunas de las grandes potencias no logran comprometerse al nivel que se necesita y, paradójicamente, son los países con menos recursos los que superan las metas propuestas desde hace unos años.
Tal es el caso de Colombia, que pudo mostrar resultados en cierta medida ejemplares tras 20 años de trabajo. La presentación de su estrategia climática de largo plazo (E2050) propone objetivos ambiciosos que muestran un gran compromiso, por lo cual Colombia ha brillado en Glasgow. Lo más destacado: convertir el 30 por ciento del territorio en área protegida para el 2022 y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 51 por ciento al llegar el 2030.
Sin embargo, algunos expertos se cuestionan el realismo de estas metas, dados los conflictos socioambientales del país y que en buena parte su logro depende de los esfuerzos de los dos próximos gobiernos. Temas como la proliferación de bases petroleras, la inseguridad de los defensores del medio ambiente o los cultivos ilícitos que se multiplican hacen parte de los retos que Colombia debe solucionar para cumplir con lo propuesto.
La esperanza de los gobiernos en esta cumbre COP26 radica en que se concreten los recursos financieros, que los sectores económicos se vean implicados y que el dinero vaya a las pequeñas comunidades para aumentar la educación y la participación y, a la vez, reducir la vulnerabilidad. La clave está en escalar, en alejarse de las generalidades y convertir a cada comunidad en un multiplicador del consumo circular. Pero eso requiere dinero y mucha precisión sobre el dónde y el para qué se va a invertir.
Y, precisamente, eso es por lo que se han manifestado los jóvenes en las calles, no solo en Glasgow, sino en otros 22 puntos del mundo. Quieren acciones reales que cumplan con las promesas que se han hecho en tantas otras cumbres climáticas y sienten que el tiempo se agota. Muy en sintonía con los científicos, que se han cansado de lanzar tantas advertencias que no solo no se atienden, sino que son cuestionadas por muchos descreídos que se resisten a reconocer el problema en el que estamos.
La desesperanza cunde al ver pasar los días sin que las grandes potencias que contaminan ofrezcan soluciones en tiempo real. China, India y Brasil tienen planes muy por debajo de las expectativas del resto del mundo, aún no hay un acuerdo para frenar el subsidio de energías fósiles y la eliminación del carbón se ve lejana.
Pese al esfuerzo de muchas instituciones financieras por dirigir sus carteras de inversión hacia energías limpias, eliminando para ello la inversión en energías fósiles, cuando llegue el año 2030, que está a la vuelta de la esquina, se necesitará que el capital redirigido hacia lo verde sea el triple de lo que se maneja actualmente. Y en este aspecto es fundamental que las compañías controladas por Estados como el saudí o el indio participen, cosa que, por ahora, no está dándose con mucho compromiso que digamos.
Aunque también hay que reconocer avances claves que pasan un tanto silenciados, como es el anuncio de que más de 100 países ya han firmado el compromiso para reducir sus emisiones de metano en un 30 por ciento para el 2030. Si todos los países firman, en teoría, el calentamiento global se podría mantener por debajo de la meta de 1,5 grados centígrados. La buena noticia es que Estados Unidos, que es el tercer emisor, y la Unión Europea, que es el sexto, están comprometidos y han logrado que se sumen Brasil, Indonesia y Nigeria. Pero otros grandes emisores, como China, Rusia e India, que representan el 35 por ciento de todas las emisiones de este gas de efecto invernadero, no se han comprometido.
De entre todas las conferencias y actividades desarrolladas a lo largo de la semana en esta COP26, hubo una especialmente emotiva. Se trata de la charla que durante la inauguración dio David Attemborough, famoso naturalista inglés de 95 años: puso en pie a todo el auditorio. En ella dijo que esta es una historia de desigualdad, porque quienes menos han contribuido a la crisis climática son los más afectados. E invitó a reescribir la historia.
Ya veremos si al finalizar la cumbre la próxima semana se consigue reconducir esta historia y concretar lo que ahora sigue siendo muy etéreo