Contra la Medellín del derroche, vivimos con menos
La mayoría de las familias en Medellín viven con mucho menos de los $8,1 millones mensuales estimados por la firma Numbeo en su índice del costo de vida. ¿Cómo es posible? ¿Será que vivimos o tan solo sobrevivimos?
La noticia ladraba como un perro detrás de una reja: “En Medellín, una familia necesita más de $8,1 millones para vivir al mes”. Esas primeras palabras de desaliento vinieron de El Colombiano, pero en seguida aturdían, repetidas en otros medios locales, en titulares que eran un impulso a empacar maletas hacia un destino por definir. La noticia traía un preámbulo de advertencia: según la firma Numbeo, una plataforma que recoge precios y datos de consumo alrededor del mundo, hoy en día la vida en la capital de Antioquia cuesta más que en Bogotá y Cali. También más que en Belo Horizonte, Curitiba y Recife, en Brasil, y Asunción, la capital de Paraguay.
Los textos —todos ellos— confirmaban la necesidad de más de $8 millones mensuales para la vida de una familia en Medellín, y agregaban la de $2,3 millones para una persona sola. En ambos casos, ¡sin contar gastos en vivienda, educación y salud! (No todos lo decían, pero, con alquiler de un apartamento de tres alcobas, eran $10,5 millones como mínimo). Dos preguntas en ese punto de la lectura: la primera por el sustento de aquellos cálculos de alarma y, si los números eran correctos, ¿cómo es que vivimos los que no los alcanzamos?
En las cuentas de Numbeo, una familia de cuatro personas en Medellín gasta cerca de $1,4 millones en restaurantes en un mes —el portal considera en su modelo de referencia que 10% de las comidas se consumen fuera de casa, la mitad de las veces en lugares económicos (con platos de $25.000 en promedio) y la otra mitad en restaurantes de rango medio—. En salidas al cine o semejantes, el presupuesto ronda los $300.000. La lista de mercado se acerca a $2,9 millones para el mes —con renglones como $628.000 en carnes rojas, $413.000 en filetes de pollo, $329.000 en manzanas, $213.000 en naranjas, $213.000 en huevos y $212.000 en queso—. Para beber en casa, $174.000 en cervezas nacionales e importadas, vino y agua. En transporte público colectivo y taxi el cálculo es de $680.000. En membresías de ocio y deportes, más de $700.000. En servicios públicos, $600.000 incluyendo internet y teléfonos celulares. En ropa, cerca de $500.000 en el mes —con precios aproximados de $243.000 para un bluyín, $133.000 para un vestido, $419.000 para un par de tenis y $440.000 para unos zapatos de cuero—. Y en otros bienes y servicios —suministros para el hogar, equipos electrónicos y otros—, alrededor de $900.000 mensuales.
No es el presupuesto de mi casa y me atrevo a pensar que no se parece al de la mayoría de los hogares en Medellín. Y no soy el único; para el economista José Manuel Restrepo Abondano, rector de la Universidad EIA y exministro de Hacienda y Crédito Público y de Comercio, Industria y Turismo, la estimación de Numbeo “debe interpretarse con precaución —consejo que me habría valido antes de la desesperanza—. Una cifra de $8,1 millones para una familia de cuatro personas sin incluir vivienda, salud o educación es indicativa de un nivel de vida relativamente alto y no representa la realidad de la mayoría de hogares en la ciudad”, me explicó.
A partir de cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), el profesor Restrepo —que tiene entre otros títulos una maestría en Economía de la London School of Economics— calculó que menos del 30% de los hogares en Medellín tienen ingresos superiores a los que propone la plataforma. “Quienes no alcanzan esos niveles hacen ajustes importantes: comparten vivienda con más personas, limitan el consumo de productos no esenciales, recurren a redes familiares y reducen gastos en recreación”.
Es más, Mónica Ospina, directora de Medellín Cómo Vamos —también doctora en Economía— calcula que solo entre 10% y 15% de la población de Medellín podría tener un nivel de vida equiparable al estándar de esos titulares que eran para uno sentarse a llorar. A su juicio, solo en los estratos 4, 5 y 6 —que son el 11% de la población representada en la Encuesta de Percepción Ciudadana 2024— hay posibilidades reales de alcanzar ese nivel de consumo regular.
Tres datos de la Encuesta de Percepción Ciudadana 2024 aportan a la idea de que vivimos lejos del umbral que propone Numbeo: alrededor del 30% de los habitantes se considera pobre —el valor más alto en los últimos 16 años—; en el 28% de los hogares alguno de sus miembros no tiene aseguradas tres comidas en el día —casi el triple del promedio para la última década—, y solo uno de cada cuatro encuestados en estratos bajos ve alguna mejoría en su situación económica. La directora de Medellín Cómo Vamos también señaló una cifra del DANE: en 2023, el ingreso per cápita en la ciudad fue de $1,6 millones, lo que no cubre los $2,3 millones que, a juicio de Numbeo, necesitaría una persona para vivir en Medellín. “La percepción de pobreza y el hambre en el hogar son expresiones directas de un costo de vida que ha superado la capacidad de los hogares para afrontarlo”, dijo.
Vivir cuesta; es una verdad como de piedra. Y cada día en Medellín se siente más su dureza, de eso ladran los titulares de noticias sobre la economía de la gente. “La percepción ciudadana recogida por Medellín Cómo Vamos refleja con claridad un deterioro sostenido del entorno económico, que se asocia con la disminución de la capacidad adquisitiva de los hogares, especialmente en los estratos bajos”, me dijo Mónica Ospina entre sus comentarios. Y José Manuel Restrepo, que “no se trata solo del nivel de precios, sino de los bajos ingresos laborales de muchos hogares”.
Volvamos a las cuentas de Numbeo. Para el Índice del Costo de Vida Actual, esta plataforma tiene como referencia un umbral de bienestar urbano que parte de la vida en Nueva York. Así, tener un nivel de vida equivalente es más costoso en las ciudades suizas de Zurich, Ginebra, Basilea, Lausana, Lucerna, Lugano y Berna —más de $25 millones al mes para una familia de cuatro y de $6,9 millones para una persona sola en cada caso—. Desde los países del primer mundo, Medellín, en el puesto 346 de 409 ciudades incluidas en la lista, entre las brasileñas Fortaleza y San José de los Campos, representa una opción económica para vivir, aunque a los locales nos puedan sorprender sus estimaciones y presupuestos —dicho de paso, construidos a partir de los aportes de 139 usuarios diferentes en los últimos 12 meses—.
Vivimos con mucho menos en la mayor parte de Medellín —en lo personal, con ingresos familiares alrededor de la mitad de ese bienestar calculado y con alegría si hay un millón más en un mes de los buenos, y aún con consciencia de estar sobre el promedio de la población—. En la ciudad que desborda modelos a la medida de la capacidad de consumo de algunos con ingresos superiores, ajenos a la disparidad que se toca en sus calles, vivimos de alguna manera. Limitando en los presupuestos los márgenes (si los hay) para restaurantes, cervezas, taxis, salidas al cine o a conciertos, ropa nueva y tecnología. Ajustando el mercado cuanto sea posible. De alguna manera pagamos, además, arriendos, deudas, impuestos y los costos relacionados con salud y educación.
Sin títulos en economía, recortamos en mucho las estimaciones de Numbeo. Sabemos que, en muchos barrios, caminando pocas calles, hay sitios donde se puede comer por menos que en los restaurantes baratos considerados en la plataforma y de paso ver un partido de fútbol. El aire es gratis en los parques —aunque no esté tan limpio, es igual que el que tiene precio—, se llenan las canchas públicas alrededor de una pelota, todavía hay quienes recorren las ciclovías y quienes pasan la tarde en algún mirador de una ladera, atados a una cometa entretenida en el viento. Compramos ropa nueva y zapatos cuando de verdad hacen falta, y los rebuscamos en la oferta amplia de una ciudad de comercio popular y de tradición confeccionista que sirve incluso a marcas exclusivas. Reemplazamos los aparatos cuando ya no funcionan, muchas veces sin seguir los lanzamientos de los gigantes de la tecnología. Conocedores de plazas y tiendas de abarrotes, mercamos comparando precios y alternativas en cosecha. Vivimos de algún modo... o sobrevivimos, que es más barato. Al final, las estimaciones no desconocen que hay vidas que cuestan menos, lo que pasa es que ya no las consideran vidas.