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Confiemos, pero hagámonos oír

Nuestra apuesta tienen que seguir siendo por las instituciones y la democracia. Sólo ellas podrían detener la intención de acabar con el sistema de salud para reemplazarlo por una quimera.

22 de mayo de 2023
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Permítannos empezar parafraseando, que no citando, al poeta Guillermo Valencia: Democracia, bendita seas, aunque así nos hagas sufrir. Y es que a veces sí que nos hace sufrir.

Basta mirar lo que ocurrió el jueves de la semana pasada en la comisión séptima de la cámara. Allí, en medio de un desorden y una bulla que envidiaría cualquier cantina, dicha comisión prácticamente finalizó, en lo que le corresponde, la aprobación de la reforma a la salud presentada por el gobierno de Gustavo Petro.

Unos gritaban. Otros pedían orden. Unos advertían que estaban votando cosas sin saber exactamente qué. Se despachaban rápidamente proposiciones sin siquiera considerarlas. Un espectáculo deprimente de parte de un organismo que debería ser, para todos los colombianos, ejemplo de trabajo comprometido y bien hecho.

Pero el espectáculo no solo es deprimente por sus características. También lo es porque allí, en el tránsito de este terrible proyecto por la comisión séptima, fue evidente que hay congresistas y hay partidos que carecen absolutamente de principios, que no tienen ni la mínima consideración por el bienestar de los colombianos, y que están dispuestos a negociar su apoyo a cambio de quién sabe qué beneficios de orden político, burocrático o presupuestal. La famosa “mermelada” está viva, y si esta reforma ha logrado pasar hasta ahora, no es por cuenta de un supuesto clamor popular que solo existe en la cabeza del presidente y de sus áulicos, sino porque el gobierno supo jugar bien el juego.

Por ahora, y para tranquilidad al menos transitoria de nuestros lectores, recordemos que este es solo uno de varios pasos que tendría que surtir este proyecto para convertirse en ley. Todavía faltan cosas por aprobar en la comisión séptima, y después el proyecto tendría que ir a plenaria de la Cámara, luego a comisión séptima en el Senado y luego a plenaria en esa corporación. Y muy posiblemente a un paso adicional que se llama conciliación, en el cual se armonizan los textos aprobados en cada cámara.

Y aunque no es un paso obligatorio, es prácticamente un hecho que además de todo lo anterior el proyecto será examinado por la Corte Constitucional. Numerosos sectores han advertido que la demandarán. Sigue vivo, aunque en silencio, el asunto de si debió tramitarse como ley estatutaria y no como ley ordinaria. Y además, con un espectáculo como el que ha dado la comisión séptima de la Cámara, se acumulan los vicios de trámite que podrían conducir a una inexequibilidad de la norma. Porque además todo está grabado y registrado. ¿Qué pensará el alto tribunal cuando oiga decir que se están votando cosas que ni siquiera se sabe qué son?

Ahora bien: a medida que el proyecto avance en el Congreso, la exigencia de mermelada aumentará, se volverá voraz. Y el gobierno se verá a gatas para satisfacer el hambre de los parlamentarios. No todos, hay que decirlo, pues algunos, pese a esas tentaciones y a otras presiones, se niegan a aprobar este nefasto proyecto.

Pero en la búsqueda de satisfacer ese hambre el gobierno irá por todo. No quedará entidad ni agencia que no se abra a las demandas burocráticas y politiqueras. Es más: el gobierno muy probablemente irá más allá de su ámbito y empezará a buscar mermelada fuera de su alcance normal.

¿Cómo interpretar, por ejemplo, los insistentes rumores de que el gobierno quiere hacerse con la Presidencia de la Cámara de Comercio de Bogotá para dársela a un reconocido político que no viene con la mejor recordación, pero que es cónyuge de una representante a la Cámara clave para romper al partido liberal? Una entidad como esta, que presta a la ciudadanía y a la comunidad empresarial un enorme servicio, se politizaría con tal de obtener unos votos.

Pero volvamos al principio. Aun así, con todo lo que nos duele presenciar estas maniobras y estos espectáculos, nuestra apuesta tienen que seguir siendo por las instituciones y la democracia. Sólo ellas podrían detener la intención de acabar con el sistema de salud para reemplazarlo por una quimera.

Pero para ello es importante que las instituciones sientan el clamor ciudadano. Que sepan que hay una ciudadanía que se preocupa por lo que hoy tiene y va a perder. Una ciudadanía, además, que les recuerde la importancia y la integridad de sus deberes constitucionales.

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