Hay buenas razones para pensar que el triunfo del candidato demócrata, Joe Biden, es favorable para las economías estadounidense y mundial. Hay dos temas importantes para entender eso. En un gobierno de Biden, como lo anunció en campaña, la prioridad va a ser el control del coronavirus, lo que va a permitir una recuperación sobre bases sólidas. En la misma línea de reducir la incertidumbre está la desaparición de la amenaza proteccionista encarnada por Donald Trump, que tanto daño ha hecho a las cadenas globales de valor interrumpidas por las acciones agresivas del mandatario, con consecuencias negativas sobre los flujos comerciales. Una situación que se agravó con el embate de la pandemia.
El optimismo que mostraron los mercado bursátiles la semana pasada es una señal de que esperan buenas cosas con el triunfo de Biden. Su programa de estímulo de la economía es ambicioso. Inspirado en el New Deal de Roosevelt de los años treinta, el plan dará apoyos a empresas, ciudadanos y gobiernos locales por 7 billones de dólares. Un impulso de esa magnitud se hará sentir no solo en la economía estadounidense, sino también en la mundial, en medio de la abundancia de liquidez que irrigaría los mercados financieros.
Se espera que el consumo de los hogares reaccione a la mezcla de políticas anunciadas en campaña como el aumento del salario mínimo, estímulo al empleo, construcción de vivienda. cobertura de salud y redistribución fiscal. Así mismo, la ambiciosa cartera de proyectos de inversión en infraestructura mejoraría la productividad estructural, cuyo deterioro ha afectado el desempeño de la economía.
También está el compromiso climático de los demócratas, que además de tranquilizar desde el punto de vista ético, promete toda una cantera de nuevas inversiones en la transición energética y en la innovación que además de aportar, a su turno, a la productividad, daría impulso a la actividad internacional en ese frente.
Sin embargo, no se debe sobrestimar el choque positivo del triunfo de Biden, y esa percepción se abrirá paso a medida que la euforia inicial se calme. El toque de realidad es la necesidad de financiar el ambicioso plan de estímulo, que va a requerir un aumento de los impuestos y para eso se necesita una reforma fiscal con un aumento del impuesto de sociedades como eje.
Lograr el consenso va a ser complicado. La razón es que hoy hay un empate en Georgia que se dirimiría apenas en enero con una segunda vuelta de elecciones y desempataría el Senado. Aunque ya está asegurado el control sobre la Cámara de Representantes, si no puede contar con el soporte del Congreso completo va a ser difícil que Biden pueda gobernar como quiere.
Así las cosas, hay dos escenarios posibles. En el primero, Biden gana a la vez la presidencia, el Senado y la Cámara de Representantes, lo que significa que Georgia se inclina por los demócratas. En esas circunstancias se facilita llevar a cabo el programa de estos últimos para reactivar la economía. En el segundo, no hay un gran vencedor en las elecciones, en el sentido de que el triunfo de Biden para la presidencia no le asegura el Senado, aunque sí la Cámara. En ese caso el llamado de unidad y a superar la polarización, que ha hecho Biden, permite sacar adelante un programa menos ambicioso. El panorama se aclarará al comenzar el nuevo año.