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Un pequeño paso para el robot. Autómata

  • Un pequeño paso para el robot. Autómata
25 de julio de 2015
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Hay dos clases de películas de ciencia ficción. En unas, lo que prima es el espectáculo visual: la posibilidad de mostrar carros del futuro, naves supersónicas, armas que jamás habíamos imaginado. En las otras, lo más importante son las preguntas que nos hacemos sobre el mundo que nos espera: ¿cómo evolucionará la sociedad en la que vivimos? “Autómata”, de Gabe Ibáñez, es una película de la segunda clase, que hubiera querido ser un poquito más de la primera.

Su personaje principal es Jacq Vaucan, un agente de seguros de ROC, la compañía encargada de reparar los robots que pueblan la Tierra, desde que la humanidad logró destruirse casi en su totalidad y estos “autómatas” a su servicio lograron sacar adelante los restos de la civilización que habían sobrevivido, como nos lo cuentan unas hermosas ilustraciones durante los títulos iniciales.

Vaucan es el típico héroe cansado. Un hombre común en un puesto rutinario que está hastiado de ese clima hostil, de esas ciudades ominosas en las que nadie puede caminar bajo la lluvia si no quiere atentar contra su salud. Pero todo cambia el día que debe investigar la denuncia de un policía que le disparó a un robot al que vio, contra todos los protocolos de seguridad configurados en sus cerebros electrónicos, reparándose a sí mismo, lo que en términos prácticos significaría que los robots han tomado conciencia de su propia existencia. Es decir, que están vivos.

Si hay un género cinematográfico que requiera dinero es la ciencia-ficción. En “Autómata” se nota que había escasez presupuestal, pero Ibáñez, con mucho oficio, logra armar un guión donde los robots no tienen que salir corriendo, ni atravesar paredes y no es tan grave que sus autómatas sean poco más que electrodomésticos humanoides. Lo logra a partir de primeros planos y de secuencias donde el asombro se logra por la composición y no por el movimiento. El ejemplo perfecto es una secuencia donde Antonio Banderas, quien encarna a Vaucan, baila con una robot. Es gracias a su talento (que Los pmos olvidado pero que siempre estuvo ahí) y a tiros de cámara precisos, que el momento logra conmover.

Y aunque se nota que Ibáñez hubiera querido tener a miles de robots paseándose por las calles, entiende sus limitaciones y profundiza en las cuestiones profundas de las que hablábamos al principio: ¿Qué pasará cuando un robot sea capaz de aprender por sí mismo? ¿Vivir significa nacer o significa saberse vivos? El problema es que para llegar a las respuestas, tendremos que atravesar un desierto, que no sólo eg escenográfico sino argumental. Un bache que se siente muy débil frente a un comienzo más que interesante, un nivel que sólo vuelve a recuperar al final, después de algunos errores de lógica en el guión que afectan el producto final.

No será “Autómata” la película que rompa en dos las historias de robots. Pero a la manera de los juguetes de madera comparados con los modernos, tiene el encanto de lo rústico en un género plagado de efectos especiales sin alma.

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