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Un error por cada hijo. El séptimo hijo, de Sergey Bdrov

24 de enero de 2015
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Primer error. Si en tu película va a salir una visión del futuro, ese futuro no debe presentarse en la escena inmediatamente siguiente, porque entonces “la profecía” genera risa. Es lo que ocurre cuando Tom Ward cae en trance y ve en su mente al hombre que llegará a su casa (usando el mismo plano, además), pagando para que sea su discípulo, por el simple hecho de ser el séptimo hijo de un séptimo hijo, en este mundo sacado de leyenda que nos plantea la película.

Segundo error. Si vas a crear un universo de fantasía, haz que el público entienda sus reglas. ¿Por qué un séptimo hijo tiene poder? Lo ignoramos. ¿Para qué la bruja Malkin, la villana de la historia, le “avisa” al Maestro Gregory que ha vuelto, si él de todas maneras se iba a enterar? Escapa a toda lógica.

Tercer error: Procura que el vestuario de los extras de tu película no se vea nuevo, porque de lo contrario recordaremos todo el tiempo que estamos viendo a actores disfrazados y el hechizo que necesita el espectador para creer en lo que ve, se desvanece. Eso ocurre en ese pueblo que visitan Tom y el maestro Gregory, donde el guión intenta, sin éxito, incluir a algunos personajes adicionales que sumen a una pobre trama que se va convirtiendo, conforme pasan los minutos, en una mala partida de “Calabozos y dragones”, donde aparecen monstruos sin ton ni son, para una batalla que se vislumbra épica y que termina siendo una pelea de callejón de pueblo, como si el presupuesto se hubiera agotado a la mitad de la producción.

Cuarto error. Si tiene actores extraordinarios en su reparto, deles parlamentos que valgan la pena, no esas bromas insulsas que el pobre Jeff Bridges escupe forzando un acento, para darles algo de gracia. Es tal la pobreza narrativa de “El séptimo hijo” que lo más atractivo del personaje que hace Julianne Moore es el escote de su vestido.

Quinto error. No crea pendejo al público. No le invente caminos secundarios a la historia que no van a ninguna parte, como una tumba de una esposa que aparece en medio de un bosque, o una historia de amor que comienza porque sí, se desarrolla sin que el director sea capaz de darle interés visual a la escena romántica (básicamente los personajes aparecen más vestidos después de besarse de lo que estaban antes) y termina con un desencanto que tampoco está justificado.

Sexto error. Esté a la altura de sus propios efectos especiales. Si ese dragón en el que se convierte un personaje es realmente creíble y bien hecho, haga que sus fantasmas no parezcan copias de los dementores de Harry Potter y procure que la máscara de látex del compinche de su protagonista, no parezca de segunda.

Séptimo error. Señores distribuidores, justo en la época en que todos estamos esperando las cintas que compiten por el Óscar, no pongan una película que hace llorar al amante más enconado de la fantasía. Con eso lo único que consiguen es que los amantes del buen cine se alejen cada vez más de la experiencia del cine en sala.

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