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Un desayuno bloguero

04 de octubre de 2017
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Hace días estaba sentado en una mesa con diez blogueros de cocina y moda, porque aclaro que ya no hay diferencia. Algunos blogueros que hablan de hilos y máquinas planas se quedaron sin tema después de seis meses de tomar fotos de las prendas de vestir y ven en la cocina su resurgimiento desde las hilachas, como el ave fénix desde las cenizas.

El caso es que me sentía como mosco en leche y empecé a analizar el comportamiento de los blogueros y sus actitudes en la reunión. Tal vez tres miraban a la cara al oferente, mientras el resto, entre chateo y fotos, no había cómo sacarlos del sometimiento a las pantallas y las redes en las que se encontraban sumergidos.

Empezó lo bueno, llegó la comida. Era un desayuno. El primer plato servido fue una ensalada de frutas. Me pareció interesante que trajera cascos de tomate de árbol, sobre todo, porque esta fruta es despreciada en restaurantes de alta cocina. Lo segundo que me gustó fue un rico jugo de zanahoria y naranja. Con ese la sacaron del estadio, no tomaba jugo de zanahoria desde mi niñez, estaba muy bueno.

Los blogueros quedaron anonadados con el melón, porque había sido asado, ¡wow, un melón pasado por el fuego! Seguro no notaron las notas a queso tostado que venían con la fruta, porque no limpiaron bien la parrilla.

Le tomaron las fotos en los distintos ángulos posibles, las subieron a instahappy, hicieron videos estilo Chespirito, o sea de esos que repiten la acción por toda la eternidad y referenciaron las imágenes con signos de numeral y palabras que atraen seguidores.

El café del desayuno habría servido para dejar fuera de combate a Mike Tyson. A este no lo conocen los blogueros, digamos mejor Mayweather. Era una espesa sopa negra con sensaciones lodosas en la boca, sedimentos dando vueltas en un mínimo torbellino. No sé si tomaron o se percataron de la calidad del café. Como decía el Chavo: “Al cabo que ni me importa”.

Ese análisis del comportamiento de los blogueros me llevó a hacer cuentas. Si era cierto que cada uno de ellos tiene en promedio treinta mil seguidores, teníamos en la mesa a trescientas mil personas y ellas podrían influenciar a sus amigos, parejas o familiares, grosso modo, estábamos sentados con 600.000 almas, más o menos la misa campal del Papa en Villavicencio.

A mí, en lo particular, me gusta que a la gente le vaya bien, no le deseo el mal a los demás, pero sí soy partidario de la rigurosidad, del respeto y del estudio. Si vamos a escribir o hablar de un tema, hay que aprender antes de informar, debemos ponerle el empeño y trascender la banalidad de las fotos y la apariencia. No se trata solo de subir imágenes a las redes para que mis amigos y mi familia me vean triunfar.

Blogueros, si se unen y son serios, podrán perdurar, por lo menos los aplicados. Podrían de verdad enseñar, motivar con razones, promover la cocina y con paciencia y sin descanso, hasta entender que es importante mirar a la cara de las personas que les hablan, que los melones los asan desde el arca de Noé y que un casco de tomate de árbol en un restaurante de renombre es la señal de que algo en la cocina huele bien.

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