Despedirse de la infancia es una transición que puede ser brutal, violenta, sobrecogedora. Cambia el cuerpo y el entorno que se consideraba un refugio seguro empieza a desmoronarse de manera imprevista: quedamos expulsados en el mundo de afuera y el camino del porvenir se bifurca en ramificaciones temibles. Y no hay lugar para la duda, tomamos al azar cualquier camino y quedamos expuestos a sus peligros, también a los frutos de placer que crecen en sus márgenes. Decirle adiós a la isla de la infancia es saludar el vértigo de lo desconocido, abrazar la euforia de arrojarse a un abismo cuyo fondo tiene todas las posibilidades de ser un umbral de salvación o la entrada a una tumba.
Así es la parábola descrita en las historias de los protagonistas de Euphoria, serie emitida por HBO que narra las vidas de un grupo de adolescentes expuestos a la violencia, las drogas, la soledad, el amor, el abandono, la enfermedad y la perversión.
Rue Benett es una joven de 17 años que acaba de salir de rehabilitación. Una sobredosis la hace asomarse a la tumba y emerge de allí para arrojar esa mirada de muerte sobre el resto del mundo. Es nihilista (rechazo de todos los principios religiosos y morales), escéptica, aguda, sus palabras están cargadas de ácido lisérgico y cuando cuenta los pormenores de la existencia de alguno de sus compañeros de instituto, tiene la habilidad de corroer la mampostería de vida soñada que encubre la cotidianidad propia de una mazmorra.
Nate Jacobs descubre a muy temprana edad la fijación sexual que tiene su padre por menores de edad, lo cual lo inunda de furia autodestructiva; Maddy Pérez le rinde culto a su cuerpo mientras soporta los embates de una relación abusiva y enfermiza; Kat Hernández vive apabullada porque su belleza no encaja en los estándares, pero aprende a explorar las zonas en las que aflora una sensualidad más auténtica; Fezco es un traficante carismático y silencioso que a veces se convierte en el ángel defensor de Rue; Jules es una joven transgénero cuya infancia estuvo signada por la incomprensión de su madre y una temporada infernal en un hospital psiquiátrico.
El desfile de personajes e historias de vida no se agota en esta serie desenfrenada cuyo lenguaje visual parece el extracto de una ensoñación opiácea. La cámara flota, se eleva, cae, describe movimientos parabólicos sobre los cuerpos de los protagonistas, logra transiciones inauditas, fulgura al ritmo de una banda sonora que pasa por el trap, el reguetón, el hip hop, la música electrónica entre otros géneros que reflejan la diversidad en la que se desenvuelven los jóvenes que protagonizan la serie.
Hay que hablar, por supuesto, de las actuaciones magistrales que logran en cada episodio. Zendaya (actriz que personifica a Rue) es el lucero nocturno guiando a un elenco que sorprende por la chispa incendiaria que irradia de cada integrante, necesaria para afrontar escenas radicales en las que los realizadores demuestran que para hablar del mundo de los jóvenes se debe renunciar al pudor, al puritanismo y a la censura. Un gesto contestatario para una sociedad en la que florecen con profusión los radicalismos. La modelo y activista por los derechos LGTBI, Hunter Schafer, en el papel de Jules, es la estrella de la mañana. Su belleza no tiene comparación, es una belleza que emerge del espíritu, que se desborda desde sus ojos y su sonrisa, que inunda la serie como un bálsamo que le da acogida a la diferencia, a la compasión, a la libertad y a la empatía.
En esta primera temporada, el amor que nace entre Jules y Rue tiende un cerco que fácilmente podría ser la carta de salvación para aquellos personajes que parecen más hundidos en el fango.