Suele creerse que se puede prever lo que los críticos de cine diremos sobre una película con sólo saber de qué se trata: “¿Es de deportes?, ¡hablarán pestes! ¿Es sobre un poeta del siglo XVII? Seguro escribirán que es una maravilla”, como si en el cine el tema fuera lo que predeterminara la calidad de un filme. Pasión por las letras, de Michael Grandage, viene bien para desmontar ese prejuicio. A primera vista uno pensaría que es una de esas cintas “que hay que ver” pues intenta contar una parte de la vida profesional y personal de Maxwell Perkins, el legendario editor estadounidense que descubrió y publicó por primera vez a tres glorias de las letras norteamericanas: Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe. El problema particular de la película con nuestro público -porque las películas también tienen mayor o menor pertinencia de acuerdo con las personas a quienes se les proyecten- es que hace énfasis en la relación de Perkins con el tercero de la lista, el menos popular entre nosotros. Seguramente habrá lectores juiciosos de El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, sus obras más conocidas, que disfrutarán de esta historia, pero me aventuro a creer que para la gran mayoría, Wolfe es poco más que una incógnita. Paradójicamente un acercamiento más “usual” al de la mayoría de cintas biográficas, le habría venido bien a este relato. Que supiéramos qué ambiciones literarias tenía cuando joven, cómo comenzó en su trabajo, cuáles eran las pasiones (aparte de la que subraya el título traducido) de Perkins, nos habría permitido apreciar, querer más a un personaje que, lastimosamente, queda aquí reducido a unas cuantas anécdotas que puede que nos informen cosas (que nunca tuvo un hijo varón y por eso su afecto paternal hacia Wolfe, por ejemplo) pero que no logran brindar comprensión acerca de qué lo hizo tan especial e importante para los autores que acogía bajo su protección. Lo intenta el director, en una secuencia donde se aprecia la paulatina corrección de los borradores de una novela extensísima, que Wolfe y Perkins tardan años en reducir, pero se queda más en la memoria la exagerada gesticulación de Jude Law intentando captar el espíritu volátil de Wolfe, que la relación fructífera entre dos mentes brillantes, por una escasez de imaginación en las escenas, de chispa en los diálogos, que decepciona. Ni siquiera saben qué hacer con el personaje de Nicole Kidman, la mujer que abandona su vida por amar a Wolfe, el más intenso y desperdiciado de los conflictos que nos presentan. Una fotografía que no aporta nada nuevo (¿no hay otra opción que retratar la Gran Depresión en grises?) y el hecho de que el talento literario sea lo más difícil de describir en cine, hacen que Pasión por las letras sea una película desabrida y la prueba de que no es el tema lo que importa en el séptimo arte, sino la forma en que se nos presenta. Que los críticos confiables son aquellos que confían más en sus propios ojos que en las sinopsis.
Pico y Placa Medellín
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