La grandeza de un héroe está determinada por el grado de respeto que infunda el villano contra el que se enfrenta. Tom Cruise, productor y protagonista de “Jack Reacher: sin regreso”, no logra el nivel de eficacia que había alcanzado en la primera entrega de esta franquicia de acción, porque decide no brindarle a su papel el necesario contrapeso que otro actor de su prestigio (Cruise tal vez sea la última gran estrella de cine que existe, en el sentido tradicional de la expresión) o una figura como Werner Herzog (que era un malo de antología, capaz de comerse sus propios dedos) habría conseguido. Es como si hubiera decidido jugar sobre seguro y al hacerlo, le hubiera extraído toda la potencia a un personaje que en su primer lanzamiento, hace cuatro años, había mostrado señas de ingenio y originalidad.
Entre los muchos y variados errores que comete la película, el primero es dar por sentado que no la vería ningún espectador distinto al público de la primera parte; piensen en James Bond: se supone que ya sabemos todo sobre él y, sin embargo, todas las películas del agente 007 procuran repetir alguna de sus acciones clásicas, como pedir un martini “mezclado, no agitado”, porque saben que necesitan enganchar con las costumbres de la franquicia al espectador que no las conoce. En “Jack Reacher: sin regreso”, en lugar de presentarnos con mayor profundidad al personaje protagónico, este hombre solitario al que no se le conocen amigos, que alguna vez fue militar y tiene la tendencia a meterse en problemas en distintas ciudades de Estados Unidos, los tres guionistas involucrados (muchos guionistas casi siempre son una mala señal) deciden meterse de inmediato en la historia, una vez pasan los créditos. Como la trama es anodina y común, casi como de película de Steven Seagal, muy rápidamente nos encontramos aburridos frente a la pantalla, esperando a que Cruise nos ofrezca algo de eso que lo ha convertido en una leyenda: una escena de acción inolvidable, un diálogo punzante dicho con convicción, una escena de amor que emocione. Ninguna de las tres cosas aparecen en la película, que avanza a trompicones, sin secundarios de peso (a pesar de lo bella que es Cobie Smulders, la película sólo la deja brillar en la penúltima escena) y sin que sintamos nunca la gravedad de la situación para nuestro protagonista. Sí, hay militares corruptos, vaya novedad, y muchos asesinatos de los que quieren inculpar a Reacher, pero ni una idea de peso.
Sólo hay algo para destacar. Como si supiera que más pronto que tarde a sus personajes les tocará quejarse de vejez y achaques, Tom Cruise introduce algo poco explorado en sus héroes: fragilidad física. Dos mujeres lo ayudarán a levantarse después de una golpiza. Pero ya es muy tarde para que ese ángulo narrativo salve a la película. A lo mejor Jack Reacher se ponga más interesante con la edad. Esta vez, por desgracia, se olvida cinco minutos después de que las luces de la sala se encienden.