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CUÉNTAME UN CUENTO “Érase una vez un genio”, de George Miller

12 de septiembre de 2022
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Los narratólogos existen. No son otro elemento de fantasía que George Miller y Augusta Gore hayan imaginado mientras escribían el guion de “Érase una vez un genio” (la mala traducción al español del título original debería dar cárcel al que la hizo) basados en un cuento de A.S. Byatt. Aunque por su rara labor, que es el estudio estructural de los relatos, parecen seres de fantasía, como los fantasmas o los genios que se escondían en lámparas.

Una narratóloga es el personaje central de esta historia, que comienza en un avión de Scheherezade Airlines (por si necesitáramos más alusiones a “Las mil y una noches”) y que ocurrirá en la habitación 333 de un hotel, cuando ella, encarnada por Tilda Swinton, libere de su cárcel de cristal comprada en un negocio de baratijas, a un djinn, un genio que necesita que ella le pida tres deseos para poder ser libre de un cautiverio que se ha alargado por tres mil años.

Si en una película te tomas el trabajo de explicar qué hace un narratólogo es porque la idea central de tu historia tiene que ver con la importancia de las historias que nos contamos para explicar el mundo, o para imaginarnos otros mundos que podamos explicar. Si Alithea no fuera narratóloga (por algo su nombre significa “veraz” en griego antiguo) y no conociera los terribles finales que siempre han tenido los relatos de concesión de deseos, probablemente el genio que encarna con un aplomo magnífico y una gravedad admirable Idris Elba no se vería en la obligación de narrarle su historia, la de esos tres mil años de espera y los tres encarcelamientos que lo componen.

George Miller elige mostrarnos en su película la paradoja de las historias: son capaces de transportarnos a lugares fantásticos donde hay personajes de leyenda como la reina de Saba y el rey Salomón, y para recrear esa dimensión exprime las posibilidades de los efectos visuales; pero cada tanto volvemos a la habitación, a este diálogo íntimo entre el genio y la narratóloga, para que no se nos olvide que las historias no son más que palabras, que se cuentan al oído, y que su poder está en la imaginación de quien las recrea. Igual que el átomo, que se menciona en algún momento, las palabras son la mínima unidad que construye todo. El ladrillo de los castillos de fantasía.

Como explicar el poder de las historias y su importancia en un mundo dominado por el ruido y la “información” que intenta apoderarse de todo es una empresa enorme y colosal, Miller fracasa en su intento. En algún momento sentimos que su motor se apaga, y que no sabe cómo terminar la historia manteniendo el sentido épico del inicio. Pero fracasa con dignidad, con belleza, porque logra que nos perdamos en su historia, que nos fascinemos con el relato de reinas de belleza ígnea y gobernantes coléricos, aunque el destino de la narratóloga y el genio no sea el que esperábamos.

O tal vez sea lo mejor. Que en una película que pretende reivindicar el poder de los cuentos, acabemos por preferir una histo

ria que continúa hasta el infinito que un final feliz.

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