Hay dos secuencias muy parecidas esenciales para entender “La conspiración del silencio”. En la primera, un grupo de personas como usted o como yo, le cuentan sus recuerdos a un funcionario que los escucha con atención. Mientras lo hacen y la cámara se concentra en mostrarnos con detalle sus manos, sus pies, las expresiones de sus caras, el coro de la sinagoga Shaar Hashomayim nos conmueve con un canto que sabemos, es de dolor, aunque no entendamos sus palabras. En la segunda secuencia, otro grupo de personas como usted o como yo, con las caras más normales del mundo, escuchan a ese mismo funcionario contarles historias sobre sus recuerdos, que preferirían olvidar. Les dice cuál fue su participación en los delitos cometidos contra los cientos de miles de judíos que fueron asesinados en Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. Les habla de torturas, de comportamientos crueles, de actos de inhumanidad que uno a veces olvida que siguen ocurriendo en el mundo.
Son esenciales esas secuencias porque explican uno de las grandes cualidades que tiene esta cinta que ni una sola vez se cede a la tentación del flashback, de las imágenes de archivo o de la reconstrucción de los hechos: evitar los juicios fáciles. Lo sencillo sería haber hecho un thriller judicial donde todo se hubiera limitado a contar de qué manera un grupo de abogados valientes decidió llevar a juicio a los perpetradores de crímenes del partido nazi. Pero estas secuencias están hechas para decirnos que los alemanes que escogieron ser victimarios eran tan humanos como los judíos que fueron sus víctimas. Que fueron sus decisiones y no las órdenes que les dieron, las que llevaron a las cámaras de gas a millones de judíos en el Holocausto. Al aceptar su humanidad y no pintarlos como villanos de telenovela, la película cobra todavía mayor valor histórico, pues nos relata la ceguera de toda una generación de alemanes que prefería no hablar ni recordar, que se decía mentiras a si misma porque no era capaz de lidiar con la verdad. ¿Les suena conocida esta actitud?
El mérito de la película es que lo que comienza como un guión de manual, va haciéndose más y más complejo a medida que Johann Radmann, el joven personaje principal, entiende que nada en la historia es tan simple como un juego de malos contra buenos. Irá comprendiendo por qué el deber de una sociedad debe ir más allá de dar de baja o arrestar a unos cabecillas pero que al mismo tiempo esa sociedad debe tener oportunidades de redención, porque de lo contrario el remordimiento no la deja progresar. De esta manera una película que trata sobre un país europeo a mediados del siglo pasado, nos habla directamente a los colombianos que en el siglo XXI debemos intentar la paz.
El guión logra, sin pasarse de didáctico, que analicemos varios puntos de vista para volver a recordarnos hasta qué punto podemos ser cómplices del mal cuando no intentamos hacer lo correcto. Cuando olvidamos que los monstruos también somos nosotros si cerramos los ojos.