Una de las razones por las que vale la pena que exista la crítica de cine (y por eso espero que quienes lean esta columna se animen a buscar en vaki.co el crowdfunding con el que queremos salvar a la revista Kinetoscopio), es justamente porque las películas tienen lecturas distintas dependiendo del lugar y el momento en el que sean vistas. “Y mañana el mundo entero”, de la directora alemana Julia von Heinz, merecida ganadora del premio al mejor ensamble actoral del Festival de Cine de Chicago en 2020, y estrenada en Netflix la semana pasada, es un ejemplo perfecto para ilustrar este punto.
Una cosa es la lectura que pueda tener un crítico de cine alemán sobre esta película. Hay elementos de su realidad de todos los días que ilustra la historia, en los que puede que haga énfasis, como el auge de los partidos políticos de derecha en Europa. Pero para el público colombiano en este mayo del 2021, la película adquiere una urgencia inusitada al ponernos en el corazón de un grupo de jóvenes idealistas, que viven en una comuna bajo los ideales de compartirlo todo y ser autosostenibles, y que están decididos a protestar contra aquello que consideran reprochable en su sociedad, como los movimientos antiinmigrantes.
Algunos dirán que nada tiene que ver la realidad alemana con la nuestra. Casi seguro son adultos que ya olvidaron que hay un momento en la vida en que la única patria que existe es la juventud. Y por eso es tan interesante esa cámara ágil, desenfocada y saltarina a veces, pero también vibrante y llena de vida, con la que von Heinz registra el punto de vista de Luisa, una joven que apenas está siendo aceptada en la comuna y que de pronto percibe que por fin las cosas encajan, que ahí está la razón de ser de su vida, llena de comodidades y privilegios hasta ese momento. Ya era una joven con conciencia social, como lo muestran sus intervenciones en las clases de Derecho, la carrera que estudia, pero hacer parte de una protesta, de una protesta real, que es reprimida por agentes de seguridad privada, y dispersada por la policía, la ha tocado en lo más hondo.
Por eso en el imperfecto y entusiasta guion que también escribe la directora junto con John Quester, Luisa confunde la atracción que siente por Alfa, uno de los miembros más carismáticos del colectivo, con ese sentido de la trascendencia de sus acciones que ahora la ilumina. Es tan honda la pasión hallada en esas acciones de protesta que, en algún momento, a pesar de sus remordimientos, da el paso hacia la violencia, a igualarse con los que odia, porque ¿de qué otra manera generar cambios en una sociedad que no escucha? Es un instante de desesperación porque la juventud desea las cosas ya, y parece demasiado lejano un cambio que no ocurra mañana sino dentro de años, si tienen suerte. Eso probablemente sea lo que no han entendido aquí las autoridades. Que la protesta cuando es justa y es masiva, se convierte en todo lo que tienen esos muchachos: en su amor y en su amistad, en su deseo y su vida. Sólo comprendiendo eso, sólo tratando a los jóvenes que protestan con el respeto que merecen los enamorados, podrán sentarse a dialogar con ellos.
Porque esos jóvenes ni siquiera necesitan saber que su esfuerzo será recompensado. Igual que los buenos críticos, no hacen lo que hacen por lo que conseguirán, sino porque creen que su labor es valiosa en sí misma.