¡Pachanga!, te vas a llamar ¡Pachanga!, le dijo Joe Arroyo entre risas, mientras grababan alguno de los éxitos que pondría a bailar a Colombia y a gran parte del continente. Detrás de la consola estaba él, también sonriendo y operando con sus dedos largos cada uno de los botones que daban vida a la música que salía de esa gran mole musical llamada Discos Fuentes.
Mario Rincón, su nombre, y sus manos, una extensión de la gran consola Ampex del estudio de grabación. La silla tenía su horma, el ambiente, su olor. Él llegó a Fuentes en el año sesenta, aún no tenía cédula y trabajaba por diversión, por unos cuantos pesos de recompensa que le daba el viejo Antonio, “Toño” Fuentes, por cargar cables, organizar instrumentos y ayudar en lo que necesitara la familia de los discos. Poco a poco Mario se ganó el cariño y también un pequeño sueldo dentro de la nómina de las más de 200 personas que vivían su segunda vida en este gigante lugar en el barrio Guayabal en Medellín.
Siendo un jovencito empezó a codearse con los directores artísticos, los músicos y los empresarios que dominaban la industria musical colombiana de aquellos años. Con el tiempo, se convirtió en una ficha fundamental en el engranaje de la música en Colombia, en el ingeniero alma, vida y corazón de Discos Fuentes.
Mario Rincón creció allí, al lado de los decibeles y acordes, le tocó el crecimiento de Fuentes, la consolidación de artistas, y las rumbas nocturnas con mujeres y licor que se creaban en el estudio para simular conciertos, para darle energía a los músicos en las grabaciones. En esa maravillosa y mística consola, Mario grabó a Los Corraleros de Majagual, Pedro Laza y sus Pelayeros, La Sonora Cordobesa, Los Teen Agers, Rodolfo Aicardi, Los Golden Boys, Lucho Bermúdez, Afrosound, Gabriel Romero, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Mesa, Calixto Ochoa, Joe Arroyo, Alfredo de Angelis, Fruko y sus tesos, Alejo Durán, y una larga lista que su memoria no recuerda. También, a este personaje por su pericia, y por tener un oído prodigioso, le delegaron además de la grabación musical, la producción, la escogencia de canciones y la asesoría estilística a algunos músicos, por eso no tenía horarios, y cuando la madrugada llegaba, se acostaba debajo del piano de cola para despertarse un par de horas después a seguir trabajando.
Le llamaban “Pachanga”, por su sabor; “El mago de la consola”, por su experiencia con las perillas; “El cirujano”, por editar a los músicos, cortar las cintas de una manera virtuosa y dejar las grabaciones como si nada hubiera sucedido; “El águila”, por su ojo para descubrir artistas; y “El rey midas”, porque todo lo que tocaba, o mejor, lo que grababa, lo hacía oro. Era una pieza fundamental para Discos Fuentes.
Pachanga siempre estaba ahí, tras ese vidrio templado que guardaba la mística de los sonidos, los ambientes, las historias sonoras y la rumba tropical de Colombia desde mediados de los años 50. Como un niño con un dulce, engolosinado con el brillo de los micrófonos, las luces de las perillas y las voces de los ídolos de toda su vida que ahora sonaban gracias a él.
La historia de Fuentes ahora no es la misma, las ventas digitales se tragaron la mística de la consola, y los discos ya no tienen surcos sino bits. Sin embargo, la historia de Pachanga sigue rodando como el mejor de los long play. Él le entregó no solo su corazón, sus días, su juventud y experiencia a la música, también sus oídos, pues luego de los años ya no funcionan igual, solo son un hermoso recuerdo sonoro.
Ahora él dedica sus días a su familia, a su orquesta, la Mario Rincón Pachanga y su Carruseles, y a contar historias de esa hermosa banda sonora que le tocó vivir.