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Lo que haga falta contra lo que hace falta

Septiembre 5, de Tim Fehlbaum

03 de marzo de 2025
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  • Lo que haga falta contra lo que hace faltaSeptiembre 5, de Tim Fehlbaum
  • Lo que haga falta contra lo que hace faltaSeptiembre 5, de Tim Fehlbaum

Empiezan a llegar a nuestras salas de cine las películas con nominaciones aisladas a los premios Óscar que se entregaron ayer. Una de ellas, “Septiembre 5”, está nominada, con mucha justicia, al mejor guion original, pues sus escritores, Moritz Binder, Tim Fehlbaum (que dirige la película) y Alex David, logran convertir en un inobjetable thriller de suspenso el cubrimiento que el equipo deportivo del canal estadounidense ABC tuvo que hacer el 5 de septiembre de 1972, cuando un grupo terrorista asesinó a dos miembros del equipo olímpico de Israel y tomó como rehenes a otros 9 integrantes.

A diferencia de los abogados, los médicos o los policías, los periodistas hemos dejado de ser protagonistas de las ficciones populares y eso lo único que demuestra es la poca importancia que los tiempos que nos tocaron le dan al periodismo; una irrelevancia que no sólo hace cada vez más difícil ejercer “el oficio más bello del mundo”, sino que es peligrosa para la sociedad y para la democracia, así los que atacan la actividad desde ambos extremos del espectro político nos hagan creer que sólo hay “periodistas vendidos” y “medios hegemónicos”.

Porque lo que nos hizo enamorarnos a tantos del periodismo es esa tensión y esa premura que narra “Septiembre 5”, con una atención por los detalles maravillosa. No es posible evitar el asombro ante las maromas técnicas que implicaba poner unos créditos en pantalla, o salir a las calles con una cámara que funcionaba con película de cine, que duraba pocos minutos y debía ser revelada. Geoffrey Mason, el productor que pensaba que tendría un día tranquilo, deberá multiplicar sus talentos y habilidades frente a nosotros, danzando con cables de teléfono y peleando con sus dos jefes, para lograr una transmisión que fue vista por 900 millones de personas. John Magaro, que lo encarna y que es uno de esos actores que siempre está más que bien, aunque aún no nos hayamos aprendido su nombre, encuentra en sus gestos, medidos y premeditadamente naturales, la forma de mostrar que el verdadero periodismo tiene mucho de salto al vacío, urgencia de hospital y dudas éticas que deben resolverse casi al instante, no siempre de forma acertada.

Porque siempre habría que considerar la necesidad del público por saber algo y ser los primeros en contarle, que lleva a los excesos por “la chiva”, frente a las implicaciones y las consecuencias que tendrá hacer pública esa información. La película recurre al ejemplo perfecto cuando deben preguntarse si los terroristas están viéndose a sí mismos y a los policías que intentan detenerlos, a través de las pantallas del televisor. ¿Habrán ayudado a que el operativo no funcione? Aprender sobre la marcha y hacerlo mejor la próxima vez, puede ser la lección que queda. O tal vez que hoy no hay gente así y que hemos convertido entre todos al periodismo en una forma rara del yutuberismo. Pero eso sería pesimismo puro, y no hay tiempo para ser pesimistas. No mientras registramos a los poderosos jugando a la guerra. Que será televisada, por supuesto.

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