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La cruz que uno se labra “Weiner”, de Josh Kriegman y Elyse Steinberg

15 de abril de 2017
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Tal vez la principal ventaja de las plataformas de contenido vía streaming es que nos ofrecen la posibilidad de ver películas que no encontraron su espacio en la cartelera comercial en su momento. Ocurre esto con Wiener, el documental ganador del Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance del año pasado, estrenado este mes en Netflix, y disponible para todos aquellos que crean que la omnipresente Rápido y furioso no es la película que necesita su paladar cinéfilo.

Es necesario hacer una digresión gastronómica para abordar esta película. En alemán, a la salchicha de Viena, una de las más populares, se le dice Wiener Würstchen. La palabra se popularizó, y en inglés “wiener”, además de nombrar a las salchichas, se usa para referirse coloquialmente al pene. El excongresista estadounidense y excandidato a la alcaldía de New York, Anthony Weiner, tiene un apellido que suena igual y por eso, desde que en 2011 se viera involucrado en un escándalo mediático por enviar fotos de su “salchicha” a distintas mujeres a través de Twitter, se convirtió en uno de los chistes favoritos de Estados Unidos.

La película sigue al político y a su esposa, Huma Abedin, mano derecha de Hillary Clinton, dos años después de ese primer episodio, cuando Weiner se presentó a la alcaldía de New York, argumentando ante sus electores que todos merecemos una segunda oportunidad. El problema es que lo que pretendía ser un documental que se exhibiría cuando venciera, termina convirtiéndose en un viacrucis para su matrimonio y su carrera, al comprobarse durante la campaña que enviar ese tipo de fotos siguió siendo un hábito en su vida.

Que un político mienta no es una novedad, menos para espectadores como nosotros, acostumbrados a postverdades mucho antes de que Trump popularizara la expresión y a defensores del pueblo amantes también de la selfie morbosa. Pero una cosa es saberlo y otra cosa es verlo.

Comprobar de manera descarnada que incluso los políticos mejor preparados (sus propuestas como candidato lo pusieron en primer lugar de las encuestas) son mentirosos profesionales, encandilados con su propia imagen, víctimas de su ego, debería ser por lo menos cuestionador.

¿Qué clase de gobernantes estamos eligiendo? ¿A la mejor persona, al que mejor se ve ante las cámaras, o al que es más divertido y pone más videos en las redes sociales? ¿Cuánto de la imagen familiar que nos vende un político, como vemos que hace Weiner usando a su propio hijo, y como se ha ido popularizando también en nuestro país, es sólo una fachada para esconder unas flaquezas que, por lo demás, son tan humanas como las de cualquiera? ¿No será también que preferimos tragarnos las mentiras porque ya no estamos preparados para la honestidad?

Ver “Weiner” es una experiencia reveladora. No sólo porque pocas veces uno puede meterse en las entrañas de una campaña política. Sino porque comprueba una vez más, que tal vez tenemos los políticos que merecemos. La cruz que nos ha labrado nuestra ingenuidad.

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