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Juancho López, la memoria de un rock olvidado

12 de febrero de 2018
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Se despierta temprano, toma su Chevrolet sprint gris repleto de calcomanías y sale a las calles a contar historias, mientras el clutch, el freno, el acelerador y el rocanrol a todo volumen, se convierten en pedagogía de vida.

Su cabello ya casi blanco, como todo un Beatle veterano, se mueve con el viento mientras conduce el auto marcado con una franja verde que dice: Enseñanza. Las manillas que lleva en sus muñecas, cuentan las historias que sus ojos azules de vez en cuando callan. Siempre está sonriendo, sus carcajadas hacen parte fundamental de esta descripción.

Y ahí va, por toda la ciudad, enseñando a conducir mientras cuenta historias de su pasada vida rebelde, así ahora no parezca. Sin embargo, su sueño tiene sonido, tiene rocanrol y tiene sobre su espalda la historia del nacimiento de este género en Colombia.

Les hablo de Juan Guillermo, “Juancho” López, un Elvis criollo nacido a pocas cuadras del Parque de Berrío. Sonriente, conversador, amigable, talentoso, un personaje que se quedó en los años sesenta y que sigue soñando con música, igual que el primer día que cantó una canción. En 1957, cuando escuchó por primer vez a Elvis Aaron Presley, quiso vestirse,

actuar y cantar como él. Se autodenominó Elvio Pérez, y empezó a imitarlo en algunos clubes de la ciudad. La música se acercaba a su vida, así sus apellidos curiosamente fueran López-Música.

Juancho se toma cinco coca-colas al día, cumple años todos los seis de diciembre, es aficionado a los carros de colección y ahora supera los setenta años. La canción himno en su vida es Rhapsody in Blue de Glenn Miller, como un llamado a recordar sus mejores años y la melancolía de la música que lo hizo amar. En su juventud, soñó con cantar, sin embargo ese sueño de ser un ídolo de la música de Nueva Ola se esfumó momentáneamente a los diecinueve años por su temprano matrimonio en 1963. Según Juancho, debía ponerse juicioso, y como le decía su padre, tenía que dejarse de bobadas y empezar a trabajar. Trabajó en un almacén de ropa masculina y en una agencia de calzado, pero la música como un potente imán, siempre lo acercó al latir de su gigante corazón.

Con su hermano Iván Darío empezó a practicar algunas canciones, no sonaban muy bien, pero querían hacerlo, querían cantar, a toda costa. Y por asar del destino, conocieron a Juan Nicolás Estela, un cantante de verdad. Ese encuentro fue definitivo, tanto, que esos tres personajes soñaron con un rock colombiano que aún no estaba consolidado, soñaron con una agrupación que aún no tenía canciones, ni conciertos, ni nombre, y que al poco tiempo se llamaría Los Yetis.

Soñaron viviendo un sueño de todos nosotros, que ahora y gracias también a agrupaciones como The Speakers, The Flippers, The Ampex, se hizo realidad, el sonido rock a nuestro estilo, al estilo colombiano. Y ese sueño ha durado más de cincuenta años y hasta ahora sigue vigente.

Juancho, luego de conciertos, de canciones, de historias, de una vida por delante bien vivida al lado de la música, sigue con la ilusión intacta de presentar a Los Yetis en festivales locales, nacionales e internacionales, para sembrar la nostalgia sesentera a todas las generaciones.

Por lo pronto, sigue en el mismo lugar, como un jovencito de los sesenta, con ganas de tragarse el mundo con sus canciones. Juancho sigue gozando escuchando el rock de los cincuenta, sorprendiéndose con la música rusa, con su adorado country, escuchando a los Stones, a Presley, y sigue sorprendiéndose con su misma vida.

Por fortuna, Juancho sigue acá, luego de los años, como la memoria de un rock que parece estar olvidado.

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