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14 de abril de 2018
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Infográfico

Uno podría usar la frase “película para adolescentes” como insulto. De inmediato nos remitimos a aquellas cintas gringas de bandas sonoras dulzarronas que parecen todas hechas en el mismo colegio, con las mismas locaciones (el pasillo con casilleros, el estadio de fútbol americano con gradas bajitas, el comedor universal) e incluso, con los mismos extras. Sin embargo, sería tonto no recordar que varias de esas películas han logrado quedarse en la memoria de muchos de nosotros (piensen en The breakfast club o en High school musical hace más de una década) justo porque se ocupan de hablar de esas cosas que tienen una trascendencia enorme en un momento de la vida por el que todos hemos pasado: el despertar de la sexualidad, los amigos para siempre, el primer amor.

Yo soy Simón tiene todas las características que acabo de señalar, lo que hace que en un primer momento uno tenga la sensación de que está viendo una película de los ochentas. Pero la voz que narra, la de su personaje principal, Simon Spier, se siente tan honesta, está tan bien escrita cuando comienza a decirnos que es alguien normal, como cualquiera de nosotros, que de inmediato las prevenciones que pudiéramos tener, se desvanecen. Sí, es una película de adolescentes, pero de las buenas, pensamos. Lo que permite que el conflicto central de la cinta —que Simon sepa que es gay y no haya sido capaz de contarle ni a su familia ni a sus amigos más cercanos— sea presentado con todo el respeto y con el cuidado que una situación así merece, sin que por ello la historia pierda su espíritu de comedia. Ese equilibrio tan difícil se consigue gracias a un guion admirable en su sensibilidad, que firma Elizaberh Berger, libretista de una serie televisiva que también se destaca por su capacidad de combinar honestidad y ternura: This is us.

Gracias a las palabras de Berger y su coguionista, Isaac Aptaker, el reparto tiene el material necesario para lucirse, destacándose especialmente lo que consiguen Nick Robinson al imprimirle autenticidad a Simon, y la actriz que se roba el show, Natasha Rothwell, que como la profesora Albright actúa con la firmeza y la autoridad que todo maestro debería mostrar cuando presencia actos de acoso y burlas inexcusables por parte de los compañeros de Simon. Es una verdadera lástima que la dirección de Greg Berlanti, que se ve que es muy bueno trabajando con repartos juveniles, carezca de la misma ambición que sí tiene el guion, dando como resultado una película visualmente plana, que parece televisión de la de antes.

Por supuesto, el mundo real no es tan naíf como lo pintan en Yo soy Simon. La adolescencia es mucho más cruel y las fiestas de secundaria más salvajes. Pero ya hemos visto dramas tristísimos que tocan este mismo tema. Tal vez el mayor aporte de la película sea precisamente mostrar a sus espectadores “la salida del clóset” de alguien como tendría que ser: como un episodio vital perfectamente normal, que no debería ni escandalizar ni indignar a nadie.

Editor Ochoymedio.info.

Twitter: @samuelescritor

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