Lovecraft apuntaba en su ensayo El horror en la literatura que “la emoción más antigua y más intensa es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. Más adelante agrega que las historias de horror le exigen al lector “cierto grado de imaginación y capacidad para desasirse de la vida cotidiana”. La imaginación como potencia creadora y miedo como emoción primigenia se convierten en el catalizador más volátil a la hora de ver algunas series cuyo núcleo es lo extraño, lo desconocido, lo sobrenatural, lo horroroso. ¿De dónde surge esa pulsión que nos mantiene adheridos a las situaciones más espantosas que se presentan en las oscuras producciones de la historia audiovisual? Pese a la amenaza de muchas noches en vela, el niño no deja de pedir historias de fantasmas y vive motivado por la prohibición que hay sobre las películas y series de horror, donde verá muerte y violencia de modo exacerbado. Y si se crece al abrigo de las piezas mejor logradas del género, el olfato de ese niño se volverá exigente, no se dejará convencer por argumentos manidos o tramas que se hunden en el fango del lugar común.
Quizás sea esta la razón de que los muertos vivientes de The Walking Dead transmitan más tedio que adrenalina o que los demonios grotescos de Ash vs. Evil Dead provoquen asco y carcajadas en lugar de sobrecogimiento y conmoción. Sin embargo, en la historia reciente, algunas series han sabido aprovechar los paradigmas del género y a la vez proponer variaciones sutiles en sus premisas. Parece un acuerdo generalizado pensar, por ejemplo, que La maldición de Hill House llevó a un nivel distinto el tema de las casas embrujadas o que las primeras temporadas de la famosa The Walking Dead realmente estremecían con las imágenes de ese mundo en ruinas habitado por hordas de cadáveres.
Parte de esa historia reciente de las series de horror se nutre con títulos cruciales como Penny Dreadful, que reunía en una trama sólida a los monstruos más icónicos del género, desde el hombre lobo y Satanás, hasta el monstruo de Frankenstein, Drácula y Dorian Gray. Es de celebrar que actualmente esté emitiéndose un Spin Off de esta serie, ambientado en Los Ángeles de los años veinte, y a la sombra de los mitos y espectros de esa santería fronteriza que tiene sus propios demonios y deidades.
Otra serie escalofriante que merece un podio en este recuento es The Terror, de HBO, especialmente su primera temporada. La historia de la tripulación de un barco encallado en las placas de hielo del Polo Norte regresa a ese terror primigenio observado por Lovecraft y, en el siglo XIX, nada había tan desconocido como las regiones baldías del ártico. El aislamiento, el frío y una extraña criatura que los acecha conduce a estos marineros a las cornisas resbalosas de la locura y el canibalismo. La segunda temporada de esta serie no está tan bien lograda, pero nos introduce en algunos mitos fantasmales del lejano Japón durante la segunda Guerra Mundial.
Particularmente elogio una serie que pasó desapercibida en la plataforma Apple+, Servant, cuyo argumento es extraño, retorcido, emparentado con lo sobrenatural pero también con las regiones más oscuras y vulnerables de la psique humana. En apariencia es un drama familiar acentuado por la maternidad truncada, pero en este drama hay tantos elementos que desencajan -una niñera que parece provenir de otro mundo, una madre enceguecida por un dolor inenarrable, un padre que nada en su ego como una mosca en ámbar- que quienes fuimos como esos niños que miran clandestinamente películas de horror en la alta noche, creemos encontrar por fin el santo grial del terror: una historia que nos haga desconfiar de la realidad misma y que explora por fin territorios vírgenes en ese vasto continente de lo desconocido.