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El silencio de una obra musical ruidosa

26 de agosto de 2019
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La música además de complacencia es irreverencia y locura, es propuesta estética y concepto. Eso lo tuvo claro desde siempre el señor John Milton Cage Jr., un músico, compositor e instrumentista que nació en Los Ángeles en 1912 y que con actos revolucionarios e impensables cambió la historia del mundo conceptual de la música como manifestación artística.

Su cercanía con la música desde niño fue gracias a su tía Phoebe Harvey, ella le enseñó con paciencia y cariño a tocar el piano, sin embargo, ese aprendizaje solo le sirvió para decidir irse por la lectura musical y la improvisación, más allá de un instrumento o de una técnica virtuosa.

Y fue así que ese chico de Los Ángeles se convirtió en un teórico musical, en un poeta del sonido y de la experimentación. Con los años, ya era el pionero de la música aleatoria, de la música electrónica y del uso no estándar de instrumentos musicales. Cage fue una de las figuras principales del vanguardismo de posguerra. Los críticos lo han aplaudido como uno de los compositores estadounidenses más influyentes del siglo XX.

Y aunque su consolidación como músico, investigador, explorador auditivo y amante de lo no común nació en los decibeles, en la rebeldía del ruido y de las escalas musicales, su masificación y consagración como ídolo contracultural de una generación de genios artísticos se dio gracias al silencio.

Su obra 4:33

4:33 (Cuatro treinta y tres) es un poema a lo inefable, a la vanguardia incomprendida, a la rebeldía en su máxima expresión, al ¿por qué no? del estructurado universo del arte. Cage creó una obra musical de tres movimientos en el año 1952, una obra que puede ser interpretada por cualquier instrumento, por un piano, una flauta dulce, una guitarra clásica o eléctrica, un laúd, un xilófono, incluso por una serie de instrumentos tocando al unísono.

En la partitura de esta peculiar y revolucionaria obra solo aparece la palabra “Tacet”, que indica al intérprete que debe guardar silencio y no tocar nada durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Y así se le vio a Cage en la particular presentación de su obra. Un hombre frente a un piano, observando y pasando las hojas de aquella partitura con cuidado y sin pulsar ni una sola tecla durante el tiempo allí indicado.

¿Si la música está compuesta por el sonido, por qué el silencio no puede ser un aliado hermoso y aleccionador?

Esta obra, después de 67 años de resistencia, de explicación académica y de influencia libertaria, sigue siendo pionera por la controversia, por el cambio de paradigma y la lección de no-academia para los estrictos eruditos musicales; mucho ruido generó su silencio.

¿Escucharían cuatro minutos treinta y tres segundos de este silencio? Una inmersión en el misticismo de una obra musical que nos obliga a escuchar nuestro propio caos mental.

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