No todos los días nacen estrellas de cine. Supimos de inmediato que había surgido una cuando vimos bailar a Omar Sy en Amigos (Intouchables), donde hacía de aquel cuidador improvisado de un millonario cuadrapléjico. Su “tumbao”, su presencia escénica, esa sonrisa brillante y contagiosa, lo convirtieron de inmediato en una figura internacional, que lo mismo sale en la nueva versión de Jurassic Park que con lentes de contacto y peluca en alguna entrega de X-men. Y como ocurre con todas las verdaderas estrellas de cine, es decir, aquellas que con su sola presencia aseguran venta de boletas, los estudios se apresuran a crear películas que son más bien trajes a la medida, para que la estrella se ponga y haga su magia comercial. Algunos de esos trajes son más estilizados y bellos que el resto, y ofrecen a los espectadores una experiencia cinéfila emocionante y sensible. Para nuestra fortuna, Chocolate es uno de ellos.
Chocolat es el nombre artístico del primer clown negro que se convirtió en una estrella del espectáculo circense francés, recién comenzado el siglo XX, haciendo dúo con otro artista, el inglés George Footit. Su reconocimiento fue absoluto y le permitió acceder a escenarios y privilegios que no eran comunes para alguien con su color de piel en aquellos días. Hasta llegó a protagonizar avisos publicitarios y a ser filmado por los hermanos Lumière, como bien lo recuerda la película, basada a su vez en una exitosa obra de teatro.
La primera parte, aunque es donde se toman más licencias dramáticas con respecto a la historia real (Chocolat y Footit en verdad se conocieron cuando ambos ya vivían en París), es también la más entrañable. Hay que aplaudir el diseño de producción de Jérémy Duchier y a la decoradora de set Agnes Demaegot, que consiguen trasportarnos a un circo ambulante del siglo XIX, poblado de seres que parecen sacados de un cuento ilustrado: el hombre fuerte, la mujer gorda, el domador de fieras. Y es también donde comenzaremos a ver lo mejor que tiene esta película: las secuencias en que se recrean los números protagonizados por el dúo cómico. Hay en los dos actores una química, un manejo corporal, y un respeto por lo que están haciendo, que permite que nos deleitemos en cada escena donde comparten trabajo y amistad Omar Sy y James Thierrée, una verdadera revelación en un personaje que, sin su talento, habría causado pena ajena a cualquier espectador.
Para ser más políticamente correcta, la historia trata de vendernos a Chocolat como un pionero de la lucha por los derechos de las minorías raciales, pero acaba cayendo en su propia trampa, comunicando la idea de que la decadencia de Chocolat se debió a su vanidad y orgullo, cuando en realidad hubo circunstancias más complejas que la posibilitaron. Pero los trajes a la medida no dan para ideas complejas. Se hacen para que la estrella se luzca y en este caso Omar Sy lo consigue con sobrados méritos, encarnando a alguien que les allanó el camino a talentos como el suyo.