La Metamorfosis de Franz Kafka fue escrita hace cien años y sigue tan fresca y tan vigente como si hubiera sido escrita esta mañana. Su primera línea es decisiva. Suele aparecer en casi todas las antologías de inicios memorables. Hay varias versiones en castellano, pero todas coinciden en lo mismo: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. El mismo García Márquez le atribuiría a la lectura de esa línea, cuando era muy joven, un efecto revelador. Después de ese momento, el futuro escritor comprendió que todo era posible en literatura, que sólo era cuestión de hallar el tono propicio para que lo contado sonara verdadero.
La historia es bastante simple. Al descubrirse convertido en un insecto, Gregorio Samsa decide atrincherarse en su cuarto. Al principio las preocupaciones son triviales (como el hecho de que no podrá ir a trabajar), pero con el tiempo su situación se torna a la vez desesperada y desesperanzada. Su drama afecta de diversas maneras a su familia y a quienes vienen a su casa. Al final su propia familia decide darle la espalda.
Mucho se ha insistido en que esta pesadilla tiene origen en la propia dificultad de Kafka para relacionarse con el mundo. Ahí está el temor al padre, la abominación de un trabajo de oficina que lo alejaba de la literatura (“Todo lo que no sea literatura lo saboteo”, escribiría en su diario) y hasta una profunda sensación de autodesprecio. No han faltado los que notan la cercanía entre el apellido del autor y el de su personaje. Pero todas esas referencias biográficas no explican por qué cuando leemos ese libro nos sentimos tan identificados con el pobre Gregorio Samsa.
Podemos señalar dos explicaciones. La primera es el símbolo elegido. El insecto sin nombre al que la mayoría identificamos con una cucaracha. Cuando la humanidad andaba preocupada por la posibilidad de una guerra nuclear, solía decirse que las cucarachas eran las únicas criaturas equipadas para sobrevivir las radiaciones criminales que asolarían el mundo. Convencida de su capacidad para destruir todo lo que vive, la humanidad parece resignada desde tiempos remotos a aceptar que tarde o temprano este planeta perdido será dominado por esos extraños bichos sigilosos, amigos de las sombras y de la podredumbre, de caparazón frágil pero resistente. La cucaracha resuena en las cavernas oscuras de nuestro inconsciente, desata a la vez nuestro horror de sabernos criaturas y el de reconocer nuestra vulnerabilidad de cara al universo.
Pero ese horror metafísico sería insuficiente si no hubiera en la novela de Kafka algo tremendamente cercano, familiar. Si dejamos de lado el aspecto tremendista de la transformación, La metamorfosis es una reflexión dolorosa sobre las relaciones familiares. Sobre las servidumbres y chantajes que unen a las personas con ese grupo insólito de gente al que llamamos “nuestra familia”. Buena parte del horror que nos inspira esta novela radica en que consigue recordarnos que nadie elige a sus parientes, que su presencia en nuestras vidas puede ser más misteriosa y aterradora que el simple hecho de despertarnos convertidos en un insecto.
La historia de la literatura está hecha de montañas de libros que caen en el olvido (generalmente los que más ruido hacen en su momento) y de unas pocas joyas que perduran. Todo indica que, mientras haya lectores de literatura, el breve relato del burócrata checo se seguirá leyendo con una rara mezcla de estupor y de sonrisas nerviosas.