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Cuando la masa no esponja

  • Cuando la masa no esponja
11 de julio de 2015
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Uno de los elementos más difíciles de definir en el cine y, sin embargo, también uno de los más importantes, que puede hacer la diferencia entre una película apenas buena y una gran película, es el tono. El problema es que este es un elemento intangible, distinto a la fotografía, la música o la actuación. Tiene que ver con el guión y con la dirección, pero va más allá de eso; es también la manera en que se organizan los elementos de la trama, la forma en que se decide contar una historia, la posición filosófica en que un tema se desarrolla. Si hiciéramos la comparación con la repostería, el tono es como el polvo de hornear. Aparentemente intrascendente en la receta, pero esencial para que la torta salga perfecta del horno.

El tono es el principal fallo de “Cake”. Aunque la excusa argumental no es nada del otro mundo (una mujer que sufre un dolor incesante desde que sufrió un accidente), funciona bien. La actuación de Jennifer Aniston —a pesar de que claramente la cinta sirve para que demuestre que sabe hacer algo distinto a sus infinitas variaciones de Rachel de “Friends”— es estupenda y es complementada por secundarios correctísimos, desde la magnífica Adriana Barraza hasta el apuesto Sam Worthington. Hay escenas bien escritas. El desarrollo es interesante (un poco predecible a partir de cierto momento). La fotografía es más cálida (y por lo tanto más original) de lo que se estila en el cine independiente norteamericano. Pero ni el director Daniel Barnz, ni el guinista Patrick Tobin, logran encontrar nunca el tono adecuado para que “Cake” fluya como debería.

Es como si les faltara valentía para asumir que “Cake” es la comedia de humor negro que parecía ser al principio, cuando Claire Bennett (Aniston), les dice cuatro verdades a sus compañeras del grupo de apoyo. Como si se arrepintieran de crear una versión femenina y abogada de House (aquel personaje televisivo de Hugh Laurie, que también vivía con dolor crónico y era adicto a los analgésicos) y dieran marcha atrás para hacerla más simpática. Y luego decidieran que van a ser pesimistas frente a las posibles curas del alma que el ser humano necesita después de vivir tragedias (como cuando Roy, el personaje de Worthington le desea el infierno a su esposa por haberse suicidado) pero sin que el pesimismo nuble del todo la esperanza.

La película no parece cómoda tampoco en los límites del drama y se empeña en que a la protagonista le “pasen cosas” (a veces visiones), que llevarán a situaciones que no le aportan nada, ni a la trama ni al progreso de Claire como personaje. Seguimos viendo la historia hasta el final porque ella nos interesa (pura virtud de la actriz), pero no porque nos importe mucho lo que le ocurra. Y mientras historias secundarias (como la de Silvana, la mexicana que trabaja para ella) se quedan en el camino, no dejamos de preguntarnos cuánto más nos gustaría si hubieran sabido contarla bien.

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