Somos espectadores afortunados. No todos los días se presencia la consolidación de un subgénero cinematográfico al que podríamos llamar “gastro-pop”, o “sartengedia”. La combinación de palabras que utilicen para designar aquellas cintas que arman (¿o debería decir, cocinan?) un drama o una comedia en medio del ambiente refinado y salvaje de los restaurantes. En este subgénero entran “Chef” (¿se acuerdan?, la película en la que Sofía Vergara era tan útil para la trama como la bandeja de cubiertos), “Un viaje de diez metros” y “La cocinera del presidente”, por sólo mencionar las más recientes. Considerando que los cocineros son las estrellas de rock de los últimos tiempos, es lógico que las historias de cocina se hayan vuelto una costumbre.
“Una buena receta” no es ajena a lo que podríamos llamar, “las convenciones del género”. Tiene conversaciones sobre ingredientes, inteligentes pensamientos en los que se compara la cocina con la vida, o la comida con la vida, o cocinar con estar vivo; unos cuantos ayudantes de cocina con pasado sombrío (Omar Sy y Ricardo Scamarcio, cuál de los dos más desperdiciado); algún interés romántico para el protagonista y varias secuencias de música pop con perfectos primerísimos planos de verduras salteadas, estufas que se encienden, cuchillos brillantes. Tan predecibles como las películas de boxeadores, las cintas gastro-pop siempre cuentan la historia de un chef obsesionado con el éxito que olvida que la especia más valiosa es el amor, o la amistad, o los ideales —escojan ustedes el ingrediente secreto que más les guste— hasta que alguna epifanía le revela el verdadero sentido de la vida.
En la receta cinematográfica de “Una buena receta” se destacan algunos sabores que podrían haberle dado más personalidad al plato, si el guión de Steven Knight hubiera sabido cómo combinarlos: la vigorosa actuación de Bradley Cooper como Adam Jones, el protagonista, mitad rabietas contra sus operarios, a lo Gordon Ramsey, mitad amor por el fuego y las recetas “naturales”, a lo Jamie Oliver; los personajes que encarnan Emma Thompson y Sienna Miller, que parecen puestos en la historia para llenar alguna cuota femenina sindical. Y ni hablar de las decenas de recetas que desfilan antes nuestros ojos (obra de Mario Batali) y que sólo interesan por su belleza, en una especie de pornografía culinaria, que confunde por lo excesiva, como una oda a la gula que no viene al caso.
Con “Una buena receta” ocurre como con los platos de restaurantes mediocres. Uno piensa que la comida no estuvo tan horrible hasta que horas después empieza a repasar mentalmente lo mal hecho que estaba todo. Aquí había de dónde agarrar (las adicciones de Jones, la búsqueda de la perfección, la pelea con su archirrival, la exnovia que vuelve a aparecer) pero prefirieron dedicarle muchos minutos a la construcción de un restaurante para después resolver todo a los trancazos. Y como ocurre siempre, cuando no dejan que la preparación se cocine bien, la carne queda cruda.