El 7 de diciembre del año pasado la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, la organización que otorga el premio Óscar, publicó la lista corta de 15 documentales, escogidos entre los 170 que tuvieron en cuenta, de los que saldrá la selección final de los 5 largometrajes nominados en la categoría, que conoceremos el 23 de enero. Cuatro de las películas de esa lista podemos verlas ya en Netflix, y entre esas, en un momento en que hasta el presidente de los Estados Unidos se atreve a negar el calentamiento global alegando como prueba las bajas temperaturas que sufren varias ciudades del hemisferio norte (porque según la lógica de su cerebro, lo uno no tiene nada que ver con lo otro), una de las opciones más atractivas es En busca del coral.
Piensen en una noticia como, “según varios científicos la tercera parte de los corales del mundo está muriendo”. Una información que saldría en un recuadro pequeño de cualquier revista, que nos parecería importante durante unos segundos y que después caería en el olvido, debido seguramente a alguna de las muchas estupideces tuiteadas por el inquilino más importante de la Casa Blanca, que ocupan más espacio del mismo medio. En busca del coral es atractiva como película, porque logra darle la verdadera trascendencia que tiene a ese titular, echando mano de muchas de las herramientas con las que cuenta el documental periodístico, y también utilizando otras “licencias narrativas” que no se ven tan a menudo.
En primer lugar comienza contándonos la historia de una persona, el viejo recurso que tenemos en periodismo para enganchar a la audiencia. Una que en este caso es Richard Vevers, un expublicista que un buen día se cansó de vender rollos de papel higiénico y decidió que iba a hacer el mismo tipo de mapeo de las calles que hace Google, para que podamos ver la vida de una ciudad en 3D a través de nuestro computador, pero en el océano. Ahí viene el segundo recurso: pensamos que la historia va por un lado, pero en un momento se tuerce y Vevers deja de ser el protagonista, para pasarle el testigo al equipo de cineastas y aficionados que ayudaron a crear la misma película que estamos viendo, como un pez que se muerde la cola.
Veremos a estos tipos, varios de ellos apasionados por el mar y por los corales, intentando crear una especie de filmación automática que les permita registrar uno de los fenómenos más dramáticos e invisibles que vive el planeta tierra: la agonía de los corales, el blanqueamiento de sus colores, causado por el aumento de temperatura del océano. Lo mejor de todo es que los veremos equivocarse, cambiar de plan, acelerar, equivocarse. En vez de la asepsia programada de los documentales televisivos de Discovery, tenemos aquí la crónica de un equipo que para lograr un resultado asombroso, dio muchos pasos en falso. Lo bueno es que al final realmente entenderá la dimensión del titular de aquella noticia chiquita. Lo malo, es que a lo mejor ya es demasiado tarde.