Cuando haya dudas de cómo debe dirigirse un accidente aéreo en un filme, qué es lo que se debe contar en él y cómo hacerlo sin perder jamás la elegancia, un estudiante debería remitirse a las diferentes secuencias de vuelo que llenan varios momentos de Sully, la más reciente película de uno de los grandes profesionales del cine estadounidense, el enorme Clint Eastwood.
El capitán Chesley Sullenberger era también uno de los grandes profesionales en su labor como piloto de aviación, con más de 40 años de experiencia, cuando una mañana de invierno de 2009 se vio obligado a hacer la maniobra más llamativa de su carrera: amerizó en las aguas del río Hudson, poco después de despegar del aeropuerto LaGuardia de New York y toparse con una bandada de aves que estropearon los motores de su avión, salvando su vida y la de 154 personas más que iban con él. Era un héroe. O al menos eso era lo que creían todos.
Porque en el mundo en el que vivimos, los héroes ya no pueden estar tranquilos. Tenemos la imperiosa necesidad de exponerlos de todas las formas posibles (programas de entrevistas, libros, documentales) para que empecemos a dudar de sus acciones. Para que ellos se pregunten si merecen su suerte. En ese momento de duda nos topamos con Sully al comienzo de la cinta, encarnado por un estupendo Tom Hanks, que no sólo representa al capitán con la seriedad y el aplomo que tenía su referente real, sino que además le aporta al personaje su propia aura de honestidad. Es casi una ley natural pensar en Hanks como en un hombre decente.
La duda, que Eastwood hace visible en varias secuencias de ensoñación, en las que Sully se imagina todo lo que pudo haber ocurrido de no haber tomado la decisión que tomó, es nada menos que el remordimiento de los justos, al que estamos tan poco acostumbrados en Colombia, donde ni siquiera lo correcto parece tener matices. A lo mejor, piensa, habría podido salir igual sin que los pasajeros sufrieran los rigores del frío o sin la movilización de los rescatistas, que el director también narra con lujo de detalles, en una evidente exaltación de la solidaridad como la única salida posible a la tragedia. En ese sentido, Sully pareciera el mensaje de un viejo hombre de ley (policía y vaquero fueron los papeles más comunes del Eastwood actor), recordándonos que hacer bien nuestro trabajo, sin dañar a nadie, es hoy una especie de heroísmo.
La Junta de Seguridad Aérea cree que el viejo lobo del aire pudo haber cometido varios errores. Dudan de sus palabras, de su oído. Sin embargo, la confusión de Sully es más porque no sabe cómo salir del foco de los reflectores, que no se cansan de ponerlo como ejemplo. Él, a su manera, como los vaqueros, siente que no hizo nada especial. Que simplemente cumplió con su deber. Desde nuestras sillas, sonreímos porque Eastwood de nuevo cumple con el deber que se ha impuesto desde hace tanto: narrar al héroe. Recordarnos que seguir con vida es tal vez el único final feliz que necesitamos.