Desde hace poco más de una década, ha surgido en Hollywood un subgénero cinematográfico propio de estos tiempos de miedo a todo (a las calorías, a los coreanos, a los transgénicos) y de personajes que en vez de talento tienen carisma. Me refiero a las ´”películas de aventuras con Dwayne Johnson”, de las que estamos teniendo ya hasta dos o tres por año. Historias sencillas en su mayoría, que ponen al musculoso y simpático exluchador en algún escenario en que sus cualidades físicas, evidentes, le sirven para enfrentar retos creados por un juego mágico, catástrofes naturales o, como en esta “Rampage”, estrenada hace algunos días, animales enormes modificados genéticamente. El modelo ya existe, la gente lo compra y por eso viene en varios colores. No hay que ser un genio de los números para entender por qué se siguen haciendo estas películas.
El análisis, cuando las películas son productos, debe enfocarse entonces en la calidad del resultado final. No es lo mismo una hamburguesa que otra. Y en el caso de “Rampage” la mayoría de ingredientes estaban vencidos. La historia no tiene ni pies ni cabeza desde el principio, pues ninguno de los cuatro guionistas (¡cuatro!, siempre hay que desconfiar cuando más de dos personas firman un guión) que tuvo “Rampage” se preocupa por contarnos qué razón hay para que una empresa que tiene caja para gastarse 10.000 millones de dólares en unas pruebas hechas en el espacio, necesita ganar más dinero. Ese prólogo, que causa más emociones intensas que el resto de la cinta, servirá para que entendamos por qué el gorila albino a cargo de Johnson, que aquí es un experto en primates llamado Davis Okoye (¿no sería más fácil para el resto del reparto si todos sus personajes se llamaran Dwayne?), sufre un aumento de agresividad y de tamaño de la noche a la mañana.
Hay que darle crédito al par de hermanos que manejan la empresa maquiavélica detrás de todo el entramado, por ponernos a dudar. Cuando uno oye sus diálogos, de obra escolar infantil, no sabe si reír o llorar. ¿Cómo se puede tomar en serio una historia cuya villana hace que la actuación de Glenn Close en “101 dálmatas” se sienta verosímil? Sin embargo, Naomie Harris y Jeffrey Dean Morgan logran una presencia un poco más solvente con sus personajes, lo que permite que la experiencia no sea tan terrible. En el campo de la imagen, el mayor logro de Brad Peyton, el director, es reivindicar a Michael Bay y sus Transformers, que son igual de disparatados pero a los que se les ve al menos una propuesta de fotografía y de dirección de cámaras coherente entre plano y plano. Aquí ni eso. Seguramente el público de las películas de Johnson disfrutará con la tecnología de captura de movimiento, que permite que los movimientos del gorila, sobre todo al comienzo, antes de agigantarse, parezcan reales. Pero el problema con este subgénero, no es que los desafíos de “La roca” sean cada vez más grandes. Sino que las ideas en que se basan, son cada vez más diminutas.